Pero esta vez
su sueño había sido sensiblemente distinto. Recordaba algo que hasta entonces
no había podido traer a su memoria. Se levantó con prisa abandonando a Nadia en
la cama, extrañada y se abalanzó sobre el teléfono. Marcó el número del doctor
Castro. Esperó. Durante los segundos que duró la espera infinidad de recuerdos
se iban agolpando en su mente con nerviosismo, ansiando el momento de salir de
ella para siempre.
-Dígame
–respondió una voz masculina, adormilada.
-¡Doctor Castro!
–dijo Enrique casi chillando- ¡ha ocurrido!…
-¿Quién
llama?, ¿Qué ha ocurrido? Es domingo, ¿no será usted un molesto paciente que se
atreve a incordiar a estas horas de la mañana?. No es posible Javier, siempre
estamos igual… –protestó la voz alejándose del auricular.
Otra voz, esta
vez conocida para él, tranquilizó al interlocutor mientras se aproximaba al
oído de Enrique.
-Disculpe,
¿quién es usted? –preguntó serenamente el doctor Castro.
-Soy Enrique,
doctor, ha ocurrido…
-Ah, Enrique,
buenos días. Disculpa, mi pareja no soporta estas llamadas fuera de horas de
trabajo, pero no te preocupes, ya está más tranquilo. Te puedo atender unos
minutos. ¿Qué ha pasado?
-¡Ha ocurrido
doctor!. ¡Empiezo a recordar!
Enrique seguía
gritando al auricular, nervioso, más bien histérico. Casi dos años con un
inmenso agujero en su memoria parecía que se estaba resolviendo. Le dijo al
terapeuta que no podía esperar hasta el lunes. El Doctor Castro ya lo intuía,
por lo que ya tenía papel y boli para anotar el relato que su paciente le iba a
contar.
Enrique era
policía, de la secreta. Aquella maldita noche, aprovechando que tenía que
llevar los regalos de su cuñada y la perrita de su exmujer, tenía previsto
acercarse al chalet de su jefe para entregarle unos documentos. Con estas
pruebas irrefutables iban a poder desenmascarar a una peligrosa banda que se
dedicaba al tráfico de mujeres. Luego para protegerle le cambiarían de
identidad y le trasladarían a vivir lejos de su ciudad.
Aquella noche
todo empezó a salir mal. La mujer, Nadia, a la que atropelló era una de las
secuestradas por la banda que había logrado escapar. Ellos la estaban
persiguiendo y gracias al accidente logró salvar la vida. Tras aquella maldita
noche en la que casi murieron congelados, ambos sufrieron amnesia, no podían
recordar nada, por lo que para la policía fue tarea fácil construirle una nueva
identidad. No pusieron demasiado empeño en ayudar a que la memoria de ambos se
restableciera, al contrario, sembraron una serie de datos, pistas, imágenes y falsos
recuerdos para fomentar una personalidad distinta. Por este motivo Enrique y
Nadia creyeron su propia historia, el pasado que habían diseñado para ellos.
Ambos estaban casados desde hacía diez años. Les proporcionaron unos
certificados y unos testigos que lo avalaban. Vivían en este chalet desde
entonces. Enrique era propietario de una pequeña empresa de reformas en la que
trabajaba con el supuesto hermano de Nadia, también de la secreta. Ella era
traductora. Dada su procedencia Rusa la pudieron colocar en la embajada rusa
como traductora.
Pero desde hacía
unos meses el sexto sentido de Enrique le decía que algo extraño pasaba. Cada
noche, cuando en la intimidad acariciaba la cicatriz que cruzaba la mejilla de
Nadia, una corriente eléctrica le recorría la profundidad de su mente. Luego
inexplicablemente soñaba con aquella noche, siempre el mismo sueño que él no
acababa de entender.
-Doctor
Castro, una imagen nueva ha venido a mi mente y esta ha arrastrado a otras más,
como el hilo de un ovillo que se había enredado y ahora empiezo a recordar.
-Cuente
Enrique, cuente, le escucho.
ufff que intriga.. mmmmmm
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