Obviamente, el
doctor Castro era plenamente consciente de toda la historia. Sabía quien eran
los dos, porque era parte del equipo que había sido asignado a Enrique para
intentar desentrañar qué había sucedido esa
noche.
Los
habían encontrado por la mañana, tirados en el borde de la carretera, dentro
del viejo vehículo del agente. Habían sufrido un aparatoso accidente, eso
estaba claro.
Al
principio, no atinaron a imaginar quien era la joven, hasta que llegó el agente
encargado del seguimiento del caso y la consiguió identificar. Los documentos
que iban a servir para desarticular la banda estaban a buen recaudo en la
guantera, y no les fue difícil encontrarlos y remitirlos al jefe del operativo.
Sabían
que tenía intención de ir hasta el pueblo de su ex mujer, para resolver un
asunto de su complicado divorcio y que pasaría después por el domicilio de su
superior para entregarlos.
Era
una actuación que habían desaconsejado, por peligrosa. El tipo que dirigía la
operación de trata de blancas que estaban investigando tenía una de las casas
en un pueblo cercano, y aunque la identidad de Enrique (aunque se llamaba José
Manuel por aquel entonces) no era conocida por nadie en la organización, sí que
habían rumores de que podía haber sido localizado.
Aún
así, el agente insistió en que si no hacía ese recado a su ex, tendría
problemas en su vida personal.
Durante
los meses que siguieron al encuentro de los dos heridos, poco pudieron sacar en
claro. Ella solo recordaba que había escapado, corriendo por el bosque, tras
una paliza que le había propinado el sicario de guardia en la casa.
Él,
contó durante meses algo extraño sobre una bestia que le olisqueó y le meó
encima, además de comerse a la perra de la ex mujer.
Para
protegerlos, los servicios secretos decidieron hacerlos pasar por muertos, y
así librarse de la incómoda situación de tener que protegerlos, posiblemente
para nada. Una vez “muertos”, podían esconderlos con mucha facilidad e
interrogarles con más calma.
La
operación había terminado hacía unos meses, gracias a la información que
sacaron de la chica, pero habían flecos que pulir. Un nombre se resistía a
aparecer, y necesitaban cogerlo y detenerlo. Si no, todo habría sido en balde.
Se les habría escapado una auténtica bestia del Este.
Así
que sí, cualquier cosa que hubiera recordado Enrique era importante.
-- Adelante, Enrique.
Tomo nota. Tranquilícese y comience por el principio
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