viernes, 3 de agosto de 2012

Prisas (17)


Obviamente, el doctor Castro era plenamente consciente de toda la historia. Sabía quien eran los dos, porque era parte del equipo que había sido asignado a Enrique para intentar desentrañar qué había sucedido esa  noche.
            Los habían encontrado por la mañana, tirados en el borde de la carretera, dentro del viejo vehículo del agente. Habían sufrido un aparatoso accidente, eso estaba claro.
            Al principio, no atinaron a imaginar quien era la joven, hasta que llegó el agente encargado del seguimiento del caso y la consiguió identificar. Los documentos que iban a servir para desarticular la banda estaban a buen recaudo en la guantera, y no les fue difícil encontrarlos y remitirlos al jefe del operativo.
            Sabían que tenía intención de ir hasta el pueblo de su ex mujer, para resolver un asunto de su complicado divorcio y que pasaría después por el domicilio de su superior para entregarlos.
            Era una actuación que habían desaconsejado, por peligrosa. El tipo que dirigía la operación de trata de blancas que estaban investigando tenía una de las casas en un pueblo cercano, y aunque la identidad de Enrique (aunque se llamaba José Manuel por aquel entonces) no era conocida por nadie en la organización, sí que habían rumores de que podía haber sido localizado.
            Aún así, el agente insistió en que si no hacía ese recado a su ex, tendría problemas en su vida personal.
            Durante los meses que siguieron al encuentro de los dos heridos, poco pudieron sacar en claro. Ella solo recordaba que había escapado, corriendo por el bosque, tras una paliza que le había propinado el sicario de guardia en la casa.
            Él, contó durante meses algo extraño sobre una bestia que le olisqueó y le meó encima, además de comerse a la perra de la ex mujer.
            Para protegerlos, los servicios secretos decidieron hacerlos pasar por muertos, y así librarse de la incómoda situación de tener que protegerlos, posiblemente para nada. Una vez “muertos”, podían esconderlos con mucha facilidad e interrogarles con más calma.
            La operación había terminado hacía unos meses, gracias a la información que sacaron de la chica, pero habían flecos que pulir. Un nombre se resistía a aparecer, y necesitaban cogerlo y detenerlo. Si no, todo habría sido en balde. Se les habría escapado una auténtica bestia del Este.
            Así que sí, cualquier cosa que hubiera recordado Enrique era importante.
            -- Adelante, Enrique. Tomo nota. Tranquilícese y comience por el principio

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