lunes, 6 de agosto de 2012

Prisas (19)


Nadia había conseguido salir del agujero en que vivía desde el accidente hacía unos meses. Esperaban que Enrique (José Manuel, realmente), lo hiciera también, pero se resistía a hacerlo.
Así que habían tomado la determinación de continuar con la farsa hasta que poco a poco, su cerebro volviera a tomar el control y le facilitara al sufrido agente una puerta a la realidad.
Por supuesto, Nadia había querido colaborar. Su amor por Enrique era real, hasta donde sabían (quizás algo confundido con el agradecimiento por haber sido salvada por él, pero bueno, era algo bastante cercano al amor), así que no había problema.
¿Por qué eran tan importantes los dos? Pues porque en lo más profundo de su maltrecha mente tenían el nombre y el rostro del lider de toda la organización. Algo demasiado valioso como para dejarlo pasar.
No podían dejar nada al azar, incluso una recuperación de la memoria descontrolada y sin supervisión. A saber qué podían perder si no asociaban los recuerdos adecuados con los hechos que habían vivido.
- Bien Enrique. Tranquilícese y cuénteme qué recuerda exactamente.
- No llegué a mi destino, porque encontré a Nadia y la atropellé. Sin querer, claro.
- Claro. Sabemos todo eso de sesiones anteriores, Enrique. Lo ha soñado muchas veces desde el accidente. Espere, me voy al salón y podremos hablar con más calma…
Por debajo, pudo escuchar la expresión de alivio de la pareja del psiquiatra, y esperó nervioso a que el médico le diera paso de nuevo.
- Creo que todo eso no es un sueño.
Ahí estaba la cuestión. La mente de Enrique comenzaba a atar cabos y a experimentar ciertas conexiones entre la realidad y el sueño que intentaba someter a la vida que habían creado para él.
- ¿Dice usted que lo que está soñando estos últimos meses podría no ser un sueño, sino recuerdos de la noche del accidente?
- No… no lo sé exactamente, pero sé que hay cosas que no cuadran. La pistola. Le he dicho que recuerdo su tacto, su peso, la sensación de seguridad que me aportaba. Eso no es un sueño. Y los dos tipos que aparecieron de la nada, los que al principio confundía con una bestia…
- Ajá… - El médico tomaba nota con prisas. Su voz no denotaba el nerviosismo que le embargaba. Estaban a punto de dar un paso de gigante, y no podía dejar pasar nada sin registrar.
- Creo que venían a por Nadia, que querían hacerle daño. No sé por qué, pero sé que es así. Y otra cosa doctor…
- ¿Sí?
- Creo que Nadia no iba conmigo en el coche. Iba solo. La atropellé. Estoy seguro.
- ¿Está seguro de todo esto que me está contando, Enrique? Piense que es solo un sueño, y que ya habíamos determinado el origen de las figuras que aparecían en él…
- Estoy seguro, doctor. Iba solo en el coche, atropellé a Nadia, y  esos tipos querían hacerle daño.
La voz del hombre se puso bastante más nerviosa que la de su interlocutor.
- Y si todo eso es verdad, doctor Castro, ¿quién soy? Porque sé que no me llamo Enrique, y que todo esto que estoy viviendo es una enorme mentira.
Castro suspiró al otro lado de la línea. Había conectado los auriculares al teléfono para poder manejar con libertad el teclado del ordenador. Estaba enviando un correo electrónico a su superior. Tenían que hablar con Enrique inmediatamente.
- Mire, Enrique, relájese. Tómese una de las pastillas que le receté el otro día. Le ayudarán a dormir sin sueños. Mañana por la mañana, venga a la consulta, a las once, y hablaremos de todo esto. Encontraremos una explicación a todo ello, y veremos qué podemos sacar en claro, ¿vale?
- ¡¿Una pastilla?! ¡¿Esa es su solución?! ¡No quiero pastillas, maldita sea! ¡Quiero respuestas!
- Tranquilícese, Enrique. Mañana encontraremos juntos todas esas respuestas. Ahora, cálmese, vuelva a la cama y tómese la pastilla. Descanse y cuando venga, veremos que es todo eso que le ha venido a la mente.
- Esta bien, doctor Castro, pero quiero saber de una vez qué ocurre. De una vez por todas.
- Descuide, Enrique, descuide. Ahora debo dejarle, pero duerma y descanse. Mañana nos vemos.
Desde el otro lado de la línea no llegó ningún saludo, solo la señal de comunicando. En la pantalla del ordenador, había un mensaje entrante. Mañana estaría también el superior de Castro en la sesión. Aclararían muchas cosas.
Enrique no pudo volver a la cama. Se vistió con prisas y se despidió de Nadia. Necesitaba salir a respirar un poco.
- ¿A las cuatro de la mañana?  - Se preocupó ella.
- Me vendrá bien un poco de aire. Necesito respirar un poco. No me siento muy bien y pasear me ayuda a pensar.
Se acercó a ella y la besó tiernamente en los labios. Pese a sus nervios y a la certeza de que todo estaba mal, no podía dejar de amarla con locura.
Cogió una chaqueta fina, y se fue, procurando no hacer ruido al cerrar la puerta.

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