El doctor
Castro pasó su informe a su superior. Todo cuanto sabía del caso, su evaluación
de Enri… de José Manuel, la de Nadia y lo que había conseguido arrancar al
malnacido de Mijail.
Obviamente, no
añadió ese adjetivo al informe.
Pulsó el botón
para enviar a los servidores del cuartel de la Policía Nacional, donde sería
almacenado hasta que el Inspector Jefe al cargo del asunto lo abriera.
Lo que Castro
no sabía era que ese informe, en cuanto llegó al servidor de la Policía
Nacional, fue reenviado y replicado con todo su contenido.
El servidor al
que llegaría finalmente no figuraba en ningún registro gubernamental. Bueno,
quizás en uno, muy oculto entre capas y capas de empresas ficticias y
departamentos fantasma.
La persona que
lo abrió lo leyó con calma, y cuando terminó los casi 70 folios de que se
componía, se permitió una breve sonrisa.
Todo el operativo
había salido a pedir de boca. Los dos testigos de la noche de autos estaban
muertos, toda la información que habían introducido en sus mentes amnésicas
había cuajado y el asesino del Este había sido detenido.
Ahora podían
utilizar todo lo que habían sacado de las declaraciones del agente y la chica
mientras creaban esa falsa realidad en la que finalmente, murieron creyendo a
pies juntillas. Castro había sido un eficiente engranaje en el mecanismo que
habían puesto en marcha tras esa fatídica noche, sin que hubiera sido siquiera
consciente de haberlo sido.
Nadie sabía
que la Agencia existía, ni a qué se dedicaba, ni que en las montañas españolas,
como en otras de varios países, una raza de seres míticos y muy peligrosos
campaban a sus anchas, matando y creando confusión cada cierto tiempo.
Para eso
existía la Agencia, para eso trabajaba él ahí, y con algo de suerte, esa bestia
caería dentro de poco tiempo. Para eso había sido puesto en su cargo.
Pero eso,
dicen, es otra historia…
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