miércoles, 1 de agosto de 2012

Prisas (15)


El sonido de su voz le calmó.
Un sueño. Había sido un sueño. El sueño.
Habían pasado casi dos años desde esa noche, pero él la recreaba, una y otra vez, cada vez que se dormía. Nunca había podido olvidarla.
Estuvieron inconscientes varias horas en el borde de la carretera, hasta que las primeras luces del día permitieron que se circulara con normalidad por ese angosto camino. Nadie en su sano juicio se habría aventurado a circular esa noche por allí, con el mal tiempo que hacía y la colección de curvas traicioneras que se tragaban más coches de lo que es normal.
Pero él lo hizo esa noche. Volvía al pueblo con una carga valiosa. Con los regalos de la boda de su cuñada, que se iba a casar ese fin de semana. Recuerdos estúpidos que su ex mujer se olvidó subir y le encargó a él que lo hiciera. Ah, y de paso, la perrita, por favor, que estaba en el veterinario y ya le habían dado el alta. Por los viejos tiempos, le dijo.
Como si los viejos tiempos no pesaran bastante, pensó él.
Así que cogió su viejo coche, el único que se podía pagar ahora, y enfiló hacia el pueblo de ella, en una noche que rompía los huesos y que sabía que podría hacérselo pagar caro.
El psicólogo le aseguró, tras decenas de sesiones, que la bestia era la representación de su ex, que le atormentaba tras tantos años de matrimonio y que en sus delirios tras el accidente, tomó la figura de una bestia inenarrable, que se lo llevó todo. En especial, la perrita.
La meada, bueno, pues el doctor Castro lo interpretó como una especie de sello de posesión, que hacía ella para marcar su territorio y posesiones. Que eso era él para ella, según su subconsciente.
Y ella… la mujer a la que atropelló…
No la vio salir en la curva. Se la llevó por delante y los minutos siguientes son imposibles de recordar. No consiguió nunca saber qué había pasado realmente. Solo esos sueños, que volvían con frecuencia…

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