Ayudado
de los guiños de las luces de avería consiguió avanzar por la maldita
carretera. Las curvas parecían no acabarse nunca. La mujer se movía en el
asiento trasero, inquieta, al ritmo de las curvas… a la derecha, a la izquierda,
otra vez a la derecha. Él se iba acomodando a la visión nocturna, a la capa
blanca que iba dejando la nieve sobre la carretera. El sudor de su cuerpo se
estaba enfriando y le estaba dejando completamente helado. El termómetro del
coche marcaba… El termómetro del coche había dejado de funcionar. Echó de menos
la chaqueta que tapaba el cuerpo desnudo de la mujer. Al pensar en ella y
recordar su figura, sus pechos, sus caderas volvió a sentir una punzada de placer en su entrepierna. Sí, desde luego
la tenía que salvar, pese a que no sería una tarea fácil.
La
carretera parecía que pronto se enderezaría. Por lo que intuía, le quedaba una
sola curva, muy cerrada, y ya vería el pueblo a lo lejos, abajo, en el
llano. El ansia por llegar le presionó
el pie del acelerador y el coche derrapó. Como Murphy estaba cerca, su
utilitario fue planeando hacia el lado en el que se encontraba el precipicio y
esta vez no lo pudo controlar. Salió de la carretera y notó como su cuerpo
quedaba suspendido en el aire, junto con los copos de nieve que seguían
cayendo. Fueron unas milésimas de segundo de revoloteo de mariposas en su
estómago para luego empezar a caer con la nieve. Copo a copo, metro a metro fue
cayendo al profundo barranco…
Todo
estaba oscuro sólo un sonido insistente bep, bep .. bep, bep… bep, bep… No se
atrevía a abrir los ojos hasta que sintió una mano que se acoplaba a su
cintura, unos pechos que se hundían en su espalda. Estaba asustado, no sentía
dolor, no sentía miedo. Una mano se acomodó en su sexo y lo apretó ligeramente.
Tenía que hacerlo, tenía que hacer callar ese sonido taladrante. Tenía que
abrir los ojos y llegar al pueblo. La mano subió por su vientre y apretó su
pecho. Por fin Enrique saco fuerzas y se giró mientras abría los ojos. Allí
estaba ella, a su lado entre las sábanas. Morena, con el pelo enredado después
del sueño, desnuda, con el rostro marcado en su mejilla.
-Buenos
día amor ¿has dormido bien? –preguntó Nadia mientras depositaba un beso en sus
labios.