martes, 31 de julio de 2012

Prisas (14)


           Ayudado de los guiños de las luces de avería consiguió avanzar por la maldita carretera. Las curvas parecían no acabarse nunca. La mujer se movía en el asiento trasero, inquieta, al ritmo de las curvas… a la derecha, a la izquierda, otra vez a la derecha. Él se iba acomodando a la visión nocturna, a la capa blanca que iba dejando la nieve sobre la carretera. El sudor de su cuerpo se estaba enfriando y le estaba dejando completamente helado. El termómetro del coche marcaba… El termómetro del coche había dejado de funcionar. Echó de menos la chaqueta que tapaba el cuerpo desnudo de la mujer. Al pensar en ella y recordar su figura, sus pechos, sus caderas volvió a sentir una punzada  de placer en su entrepierna. Sí, desde luego la tenía que salvar, pese a que no sería una tarea fácil.

            La carretera parecía que pronto se enderezaría. Por lo que intuía, le quedaba una sola curva, muy cerrada, y ya vería el pueblo a lo lejos, abajo, en el llano.  El ansia por llegar le presionó el pie del acelerador y el coche derrapó. Como Murphy estaba cerca, su utilitario fue planeando hacia el lado en el que se encontraba el precipicio y esta vez no lo pudo controlar. Salió de la carretera y notó como su cuerpo quedaba suspendido en el aire, junto con los copos de nieve que seguían cayendo. Fueron unas milésimas de segundo de revoloteo de mariposas en su estómago para luego empezar a caer con la nieve. Copo a copo, metro a metro fue cayendo al profundo barranco…

            Todo estaba oscuro sólo un sonido insistente bep, bep .. bep, bep… bep, bep… No se atrevía a abrir los ojos hasta que sintió una mano que se acoplaba a su cintura, unos pechos que se hundían en su espalda. Estaba asustado, no sentía dolor, no sentía miedo. Una mano se acomodó en su sexo y lo apretó ligeramente. Tenía que hacerlo, tenía que hacer callar ese sonido taladrante. Tenía que abrir los ojos y llegar al pueblo. La mano subió por su vientre y apretó su pecho. Por fin Enrique saco fuerzas y se giró mientras abría los ojos. Allí estaba ella, a su lado entre las sábanas. Morena, con el pelo enredado después del sueño, desnuda, con el rostro marcado en su mejilla.

            -Buenos día amor ¿has dormido bien? –preguntó Nadia mientras depositaba un beso en sus labios.

domingo, 29 de julio de 2012

Prisas (13)


El motor carraspeó esta vez. Parecía que se resistía a dejarle ir, ahora que ya estaba decidido a hacerlo.
Sintió como el corazón se le detenía, igual que lo hizo el motor tras toser varias veces, sin acabar de ofrecer el tranquilizador sonido de su ronroneo, escandaloso pero siempre fiable.
Respiró con fuerza, algo que llevaba haciendo toda la condenada noche, y volvió a accionar el contacto. Esta vez sí. Por poco, pero sí.
Se acomodó como pudo en el asiento, olvidando ya el espantoso olor que le rodeaba, y su mano derecha buscó la palanca de cambios. Con cuidado, como esperando que no funcionara, puso primera y sin soltar el embrague, apretó con precaución el acelerador.
Poco a poco, el motor comenzó a revolucionarse y  a coger fuerza, poco a poco. Con más precaución que prisa, levantó el pie del embrague y esperó a que el vehículo, aún maltrecho como estaba, avanzara por la carretera y retomara el camino hasta el pueblo.
Pero eso no sucedió.
Aunque el motor estaba revolucionado, aunque respondía con fiereza no se movió ni un centímetro adelante. En cambio, pareció levantarse sobre sí mismo y luchar por avanzar. Como si una fuerza imposible lo retuviera, se negó a volver a la carretera.
El sudor recorría su rostro. No entendía nada. Todo parecía en orden pero no había manera de que el coche se moviera.
Se imaginó lo que sucedía. La criatura había vuelto, estaba detrás de él, mirándolo con sus ojos encendidos, con la saliva goteando de su abyecta boca, mientras sujetaba con sus garras la parte trasera y le impedía volver a la civilización, donde esas cosas no ocurrían y todo era normal.
Con toda su fuerza de voluntad, se giró con cuidado, buscando la mirada asesina de la bestia, pero no encontró nada.
Nada. No había un ser de pesadilla sujetando el coche.
Entonces, qué…
Y cayó en la cuenta de que el freno de mano estaba subido. No recordaba haberlo hecho, pero probablemente lo subió cuando tuvo el accidente, de manera automática, sin pensar. Una manía suya, la de ser buen conductor y seguir las normas, que tantos reproches le habían valido de su mujer.
Lentamente, lo bajó y volvió a probar.
Esta vez, sí, el coche avanzó unos metros, sin problemas, pero notó como se desviaba hacia un lado, el izquierdo. El neumático había reventado, o había sido cortado por las garras de la bestia, o vete a saber por qué…
En esas condiciones podría llegar hasta el pueblo, sin duda, pero más lento de lo que esperaba. Desde luego no iba a parar a cambiar la rueda. Ni loco lo haría.
De todas formas, iba sin faros, así que tampoco podía correr demasiado. Se lo tomaría con calma, yendo pasito a pasito, y conseguiría salir con vida de esta. Y si podía, salvaría también a la chica desnuda. Desde luego que lo haría.

viernes, 27 de julio de 2012

Prisas (12)


Como era de esperar el viejo coche arrancó a la primera… buen chico. Dejó que el motor se calentara y bajo las parpadeantes luces de avería puso primera y aceleró ligeramente. De pronto cayó en la cuenta de la sábana manchada de sangre que se encontraba frente al vehículo. No había vuelto a pensar en la mujer. Debería salir a buscarla. Hacía frio y tal vez se encontrara en peligro, malherida, asustada… desnuda. Recordó el cuerpo desnudo y le sorprendió una tímida erección. Con fastidio y creyendo hacer lo correcto volvió a parar el coche y bajó para tratar de encontrar la linterna y emprender la búsqueda.

Mientras hurgaba entre los matorrales por donde calculaba que habría ido a parar la maldita linterna empezó a sentir frio. Diez minutos más tarde ya estaba tiritando y  decidió desistir en la búsqueda y volver al coche. De pronto trastabilló al pisar algo con su pie derecho. Cayó al suelo donde paró el golpe con su mano herida y lanzó un alarido de dolor a la oscuridad de la noche. Maldijo en todas las lenguas que sabia… La lechuza le respondió ululando no muy lejos de allí. Al frotarse con su lastimado tobillo descubrió que el objeto causante de su caída era… la puta linterna. 

Mientras se incorporaba con la linterna en la mano no pudo evitar pensar que era una señal. Encontrarla era el inicio de algo bueno. Todo se empezaría a arreglar a partir de ese momento. Decidió que daría una corta batida en busca de la mujer. No dedicaría más de treinta minutos, sólo para calmar su conciencia y no tener que dar explicaciones a la policía sobre porque no la socorrió, porque no la busco y la auxilió.

Accionó el interruptor de la linterna y el haz de luz iluminó sus pies. Al alumbrar frente al coche descubrió que empezaba a nevar. Comenzó a andar encogido de frio y siguiendo el rastro de sangre que se adentraba en una zona del bosque con matorral bajo. La mujer había dejado un abundante rastro de sangre y arbustos aplastados y le resultaba fácil seguir la pista. Viendo la cantidad de sangre que había perdido ya no confiaba en encontrarla con vida.

La búsqueda se estaba alargando más de lo previsto. Cuarenta y cinco minutos. En algunos momentos temió perderse, en otros creía estar andando en círculos. Con las manos ateridas de frio y la luz de la linterna debilitándose, decidió emprender el regreso hacia el coche.

De pronto lo vio. El cuerpo desnudo de la mujer yacía sobre un gran charco de sangre. Era imposible que estuviese viva. Pero al tocar su muñeca en busca de latido… lo encontró. Tenía pulso.  La izó en volandas como si de una macabra novia se tratase y se dirigió al coche a duras penas. Fue un tortuoso camino en el que pudo percibir y palpar la desnudez de la mujer. Intentando sujetarla con firmeza, la asía de cualquier sitio. Brazos, manos, caderas, glúteos, pechos… un amalgama de carne y sangre que fue empapando sus propias ropas, su propio cuerpo. Cuando llegó al coche se había convertido en un monstruo después de un festín de sangre y muerte.

La depositó con cuidado en el asiento de atrás y antes de cubrirla con su chaqueta la observó detenidamente. La mujer era hermosa. Su cabello negro, rizado y enmarañado cubría parte de su rostro. Un cuerpo cargado de formas voluptuosas, femeninas. Pechos generosos, caderas redondeadas. Apartó un mechón de la cara de la mujer y comprobó la belleza de su rostro. Se estremeció al descubrir una antigua cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda. No quería pensar en ello. Tenía que salir de allí.

Se sentó otra vez en al asiento del conductor, esta vez con la respiración agitada por una mezcla de frio, miedo y excitación al contemplar el cuerpo desnudo de la mujer. Olfateó el aire del habitáculo. Una mezcla de su olor corporal, del su propia orina, la meada que le había regalado la bestia antes de salir corriendo, el olor rancio de su viejo coche y  el olor a sangre se mezclaban haciendo el aire casi irrespirable. Abrió un poco la ventanilla. Fuera la nieve caía ya copiosamente.

Giró la llave y accionó el contacto otra vez.

jueves, 26 de julio de 2012

Prisas (11)


El grito había servido de catarsis. Su mente estaba ahora más despejada y una idea se aposentó en su cabeza: tenía que salir de allí. Quizás si llegaba andando hasta el pueblo, conseguiría ayuda. Alguien le podría hacer entender qué había sucedido y se reiría de lo que le había sucedido.
La criatura había sido fruto de los nervios, seguro. No había nada que temer en la oscuridad. Algún perro suelto se habría acercado y él había creado con su miedo y la conmoción del accidente, una enorme criatura con grandes dientes y garras mortales.
Eso había ocurrido. Nada que temer, nada de lo que esconderse.
Se dirigió a la parte trasera del vehículo y miró a su alrededor.
El silencio cortaba la noche sin luna como un cuchillo implacable. Nada que temer, se repitió.
Sin soltar la Glock, comenzó a recoger las pequeñas cajas que estaban desperdigadas alrededor del coche. En unos cinco minutos tenía casi todas guardas en el maletero. No estaba seguro de que estuvieran todas, pero tenía que bastar.
Tragó saliva cuando se acercó al transportín de la perra. Era la única prueba de que algo había pasado, algo que no conseguía comprender y que le aterrorizaba.
Se sacudió otra vez la extravagante idea del monstruo devorador de la cabeza y se acercó a la puerta del conductor. Entró una vez más y accionó las luces de emergencia.
De repente, cayó en la cuenta de que no había probado a encender el coche tras el accidente. Se vio arrastrado por todo lo sucedido, real o no, y no había intentado ponerlo en marcha. Se maldijo por su estupidez y acercó la mano al contacto.
Respiró hondo y giró la llave.

miércoles, 25 de julio de 2012

Prisas (10)


Lo que faltaba, su móvil se había quedado sin batería y no se había enterado de lo que le había dicho la señorita del hospital. ¿Qué le habría pasado a Anita? Debía de ser grave para ingresarla a esas horas de la noche y en el Hospital Sur. Enrique quedó unos instantes absorto en el sonido y parpadeo de las luces de emergencia de su coche. Hasta que de pronto algo le sacó de su estado de letargo. Una sombra cerca del coche parecía moverse. Se asustó… un poco más. Empuñó su pistola y bajo del coche.

-¿Quién anda ahí?- pregunto a voz en grito.

Inmediatamente se sintió como un estúpido al hacer esa pregunta.  Estaba claro que no debía esperar respuesta alguna, así que dio unos tímidos pasos hacia la sombra que se encontraba en el arcén, mientras la apuntaba con su temblorosa arma. Todavía pudo dar un par de pasos más hacia su objetivo antes de que este saliese volando y ululando. Una lechuza le dio el enésimo sobresalto de aquella maldita noche. Una noche en la que parecía que los elementos estaban en su contra. Nada ocurría por casualidad, eso lo sabía y en estos momentos le atemorizaba. No quería ni pensar que algo malo le había hecho alguien a su ex. La verdad es que ella ya no le importaba mucho pero lo que si que le importaba era que le pudieran agredir también a él. Y en el asunto en el que andaban metidos podían esperar cualquier accidente inesperado si las cosas no funcionaban como sus clientes deseaban. Y la verdad es que las cosas no estaban saliendo demasiado bien. De momento ya era la hora en la que debía estar en el pueblo cumpliendo su encargo. Y su encargo seguía en el maletero.

Menos mal que esta vez el sobresalto le pillo con el arma perfectamente aferrada en sus manos y lo único que lanzó fue un grito a la oscuridad de la noche. Un grito aterrado y aterrador a la vez. La lechuza desapareció y dejo en su lugar algo que realmente Enrique necesitaba…

martes, 24 de julio de 2012

Prisas (9)


Intentó controlar sus nervios, calmar su voz, y sofocar el llanto nervioso de los últimos momentos. Tragó saliva, miró a su alrededor, atento por si volvía la criatura, y con la Glock en la mano herida, se atrevió a contestar.
-- Sí, sí, soy yo… Enrique. ¿Quién llama?
-- Verá, le llamó de la centralita de emergencia del Hospital Sur. Debería venir inmediatamente, porque su mujer ha sido ingresada de urgencias hace una hora. Estamos intentand… contacto con us… y no lo hemos conseguido ha…
La comunicación se entrecortaba. La maldita cobertura. Al parecer había caído en una zona donde llegaba algo de señal, pero no lo suficientemente potente como para mantener una conversación coherente.
Se sentía extraño. Mucho más extraño de lo que estaba hasta ese momento. ¿Cómo podía estar Anita en el Hospital Sur? ¡Había hablado con ella hacía algo más de una hora y estaba en el pueblo, esperando la carga que llevaba en el maletero!
No podía ser. Todo se complicaba por momentos. Había tenido un accidente, había atropellado a una mujer que andaba desnuda por el monte en plena noche, había sido atacado por una especie de criatura voraz y se había cortado la mano. Por no hablar de que la mitad de la mercancía estaría ya destrozada, la perra de su mujer había sido devorada por el bicho ese y el coche no iría a ningún lado…
-- ¿Me escucha, señor?
No se había enterado de nada de lo que le decía la chica al otro lado de la maltrecha línea, y necesitaba saber qué estaba ocurriendo. De alguna manera, en su fuero interno, sabía que todo, el accidente, la mujer, la criatura (¿un lobo?, ¿un oso?), el ingreso de su muj… ex – mujer, estaba relacionado. Demasiadas casualidades. No sabía qué pasaba, qué demonios era todo eso, pero el asunto que llevaban entre manos era demasiado grande y sabían que sería peligroso cuando se metieron en ello.
-- Sí, sí, dígame. Hay poca cobertura… -- Atinó a decir, mientras su cabeza, ya más centrada, intentaba poner en orden todo lo que había ocurrido.
Pensó en decir que estaba en peligro, lo que le había ocurrido, que alguien le fuera a buscar, e iba a hacerlo, cuando el teléfono enmudeció.

lunes, 23 de julio de 2012

Prisas (8)


Su Glock 19 había caído de la guantera, siempre se encontraba allí. Debió de ser cuando buscaba la linterna. Y ahora estaba en el suelo, bajo el asiento. La cogió y al sentir el frio metal de su pistola en la mano recordó quien era, lo que estaba haciendo allí. No podía permitir que un imprevisto alterara sus planes. Al diablo con la perrita. Al diablo con su mujer, ¿Qué iba a hacer, matarlo por lo ocurrido?, si tal vez lo matara, la puñetera perrita era muy importante para ella… ¿o quizás no tanto?

El sonido del móvil que provenía del asiento trasero lo sobresaltó y lo sacó de sus pensamientos. La luz parpadeante del aparato le ayudó a localizarlo y ver en la pantalla que era su exmujer… se enrolló un kleenex en la mano sangrante y con la otra alcanzó el teléfono.

El miedo le hacía temblar. ¿Cómo le iba a explicar lo sucedido?, seguro que no se lo perdonaría. Temía que saltara el contestador automático por lo que se decidió a pulsar el botón verde.

-Oiga, oiga…¿es usted el marido de Anita?, ¿de Anita Spencer?

Esa no era la voz de su mujer


viernes, 20 de julio de 2012

Prisas (7)


¿Qué diablos había sido eso? Miró la caja donde hacía un momento estaba la perrita, ya agonizante. No quedaba ni rastro de ella. La bestia, lo que fuera que había intentado matarle también a él, la había devorado.
Sollozando, se levantó  y avanzó hacia la parte delantera del coche, otra vez. El móvil. Necesitaba encontrar el jodido móvil y llamar. Sabía que ese tramo era uno de esos en los que la cobertura brillaba por su ausencia, pero seguramente podría hacer la llamada al 112 y esperar a que esta, al menos, llegara a su destino.
Andaría unos kilómetros y conseguiría alcanzar una zona donde hubiera señal y avisaría al pueblo. En unos minutos, tendría allí a la Guardia Civil, una ambulancia y a alguien que supiera qué hacer en estas circunstancias.
Llegó hasta la puerta del conductor y se metió de cabeza dentro. No estaba para sutilezas. Palpó el asiento del acompañante, donde había lanzado el teléfono hacía unas horas buscando a ciegas el tacto del plástico.
A los diez segundos, la mano iba de un lado a otro, sin encontrar nada útil ni con una intención clara de intentarlo. Los nervios se apoderaron de él y se tiró dentro, intentando llegar a todos los rincones posibles.
Sus sollozos ya eran incontrolables, y su respiración semejaba la de una persona asmática. El ahogo acrecentaba su nerviosismo y gritó con furia cuando una astilla de vidrio le provocó un feo corte en la palma de la mano.
El dolor le hizo parar, y sin dejar de llorar, comenzó a jurar y a insultar al vidrio, mientras golpeaba con furia el volante, salpicando con gotas de su sangre todo el habitáculo.
Finalmente, el cansancio le pudo y se dejó caer, vencido, sobre el volante. Un último grito surgió de su garganta, y se desplomó, todavía consciente, pero derrotado, en el asiento. Entonces, un leve brillo llamó su atención. En el suelo, bajo el asiento del acompañante… Una luz que solo podía provenir de…

jueves, 19 de julio de 2012

PRISAS (6)


Notó el aliento cerca de su cuello. La respiración de la fiera era entrecortada y hacía que la suya dejase de existir. El olor que desprendía, ácido, fétido, repugnante le producía arcadas que logró contener a duras penas. Le entró un pánico tal que se quedó paralizado, una parálisis involuntaria que semejaba a un estado de absoluta catatonia. La bestia lo olisqueó, el cuello, la espalda, el culo. Con decisión lo volteó con su hocico para seguir con su investigación. Con detenimiento olió sus axilas, sus manos, su entrepierna. Él notó como un calorcillo sospechoso se extendía por sus piernas y corría hacia los pies enguantados en aquellos zapatos que le apretaban condenadamente. De pronto la perra empezó a emitir otra vez sus lastimosos sonidos. La fiera levanto la cabeza olisqueando el aire. Antes de moverse se acercó más a su cuerpo y algo muy caliente y con un penetrante olor conocido empezó a calar con mayor profundidad en su cuerpo. La fiera se abalanzó sobre el transportín produciendo un fuerte ruido que apagó los gemidos de la perrita. El sonido de un trote presuroso y luego silencio.

Espero unos minutos interminables bajo los destellos de las luces de emergencia esperando tener pruebas evidentes de que ya no corría peligro. Respiró profundamente antes de levantarse. Pero, ¿que estaba ocurriendo?, ¿cómo era esto posible?, no había respuesta por parte de sus músculos. La parálisis seguía aferrada a su cuerpo

martes, 17 de julio de 2012

Prisas (5)


La panza del animal estaba abierta, y parte de sus intestinos se extendían sobre el suelo del transportín. El  animal suplicaba con la mirada al hombre, que apenas daba crédito a lo que veía…
Intentó lamerle la mano que tendía, pero él la retiró rápidamente. ¿Con qué se había hecho semejante corte? No podía ser, no había nada en la caja de transporte que pudiera haberle hecho ese tajo. Sus ojos recorrieron las paredes, la parte superior… Nada parecía roto.
No había manera física de que nada hubiera podido introducirse a través de las paredes y haber realizado el estropicio que estaba contemplando.
Entonces, reparó en la puerta. No estaba cerrada. Cuando la abrió, estaba suelta, y, ahora se fijaba, faltaba una de las dos bisabras que la mantenían en su lugar.
Sacó el mechero y se acercó. A la ténue luz de la llama, vio que había sido cortada limpiamente. Como el estómago de la agonizante criatura que reclamaba su ayuda desde dentro de lo que iba a ser su tumba.
Un sonido ténue, como de algo (o alguien) deslizándose detrás de él le hizo girarse con rapidez. La llama del mechero se apagó, y él tropezó con la caja de la perra y cayó, golpeándose la espalda con el maletero del coche. En su culo, notó uno de los paquetes que habían caído, y la dureza de su contenido le provocó un cardenal que iba a notar durante mucho tiempo, si llegaba vivo al amanecer.

Prisas (4)


Pero la mujer ya no estaba. En su lugar una sábana blanca con una gran mancha de sangre se encontraba retorcida, reptando en dirección a un rastro de fluido rojo que se adentraba en el bosque que llegaba a la misma orilla de la carretera. Ahora si se sintió presa del pánico, de la confusión más absoluta. Pero... un momento. La buena noticia era que la mujer no estaba muerta. La mala que la mujer se había ido... desnuda. Bueno, lo de desnuda seguro que era buena noticia, en algún momento lo sería..

Los ladridos de la puñetera perra lo sacaron de su ensimismamiento de manera que el sobresalto le hizo lanzar la linterna… lejos, muy lejos y se apagó. Ya solo las luces de emergencia lo iluminaban todo intermitentemente.

Una vez más no sabía que hacer. Él, el hombre perfecto que tenía solución para todo, el Mcguiber de la familia, el Superman de la casa se sentía abrumado. Todo su mundo se venía abajo, los acontecimientos de las últimas semanas se agolparon en el interior de su cabeza. Su mente corría sin control, sin orden.

Se sujetó la cabeza con toda la fuerza de la que fue capaz, con las dos manos y empezó a gritar. Un grito desgarrador que cruzó la oscuridad de la noche, la frondosidad del bosque, la soledad de la carretera. Ya pasó. Ya sentía la situación bajo control otra vez. En un minuto escaso recogió todos los paquetes y los fue lanzando al maletero, donde siempre debían haber estado. Se acercó al  transportín y con una firmeza sorprendente lo abrió para comprobar el estado de la perra de su mujer,,, la perrita de su exmujer.  Casi no le sorprendió lo que encontró allí.


lunes, 16 de julio de 2012

Prisas (3)


Comenzó a temblar. Todo daba vueltas a su alrededor, y si hubiera algo de luz para que se fijara en el paisaje, este le habría provocado un serio mareo. ¿Cómo había ocurrido todo? No alcanzaba a montar en su mente la secuencia de acontecimientos.
Había tomado una curva (LA curva) demasiado deprisa y había estado a punto de salirse de la carretera. Luego había reducido velocidad y… No tenía que haber pasado nada, pero pasó. Algo se le tiró encima, o chocó con algo o…
¡La mujer! El cuerpo de la mujer estaba frente al coche.
La había atropellado, eso era seguro. Pero no… El golpe había sido antes. O quizás no…
¡La cabeza, la maldita cabeza! No atinaba a pensar con claridad, y se levantó de golpe.
La caja donde estaba sentado se movió ligeramente, y un débil gemido surgió de su interior, desconcertándolo.
¡La perra! La perra de su ex… La jodida perra su ex…
Bajo el transportín, pues eso era, y no una caja, había abundante sangre. Y manaba más. La jodida perra se había herido y estaba desangrándose ysumujeribaamatarloporeso, solo que yanoerasumujersinosuexylascosasyaestabanbastantejodidas…
Respiró hondo e intento tranquilizarse.
Calma. La perra… La perra no. La mujer.
Intentó concentrarse, dejar que los nervios se hundieran en lo más profundo de su cabeza, esa que parecía a punto de explotar, y volvió a respirar.
Cogió la linterna y se dirigió hacia la parte delantera del vehículo siniestrado, buscando con el haz de luz el cuerpo de la mujer que había entrevisto minutos antes.

viernes, 13 de julio de 2012

Prisas (2)



Acompañado de un golpe sordo llegó la oscuridad absoluta. Al emerger de la que creía era la ultima curva todo se precipitó. Algo había golpeado el frontal del coche produciendo la rotura de los faros y privándole de la imprescindible luz. Consiguió, a duras penas, controlar el utilitario mientras unos sonidos seguían a otros, cada uno portador de malas noticias. Algo se estrelló contra la luna delantera, sonando como pequeños impactos que la cruzaban de lado a lado. Al tiempo que logró parar por completo el coche, un golpe seco seguido por una cascada de pequeños sonidos se escucho en la parte posterior del coche. Encendió las luces de emergencia que parpadeaban en la negrura de la noche y se quedó paralizado unos segundos.

No se atrevía a enfrentarse al mundo exterior. Rebuscó en la guantera hasta que encontró la linterna que luchaba por esconderse entre la infinidad de objetos absurdos y abandonados a su suerte que moraban allí y haciendo un tremendo esfuerzo, accionó el mecanismo y abrió la puerta. No sabía por donde empezar. Alumbró el parabrisas para descubrir que el sonido que lo cruzó hacía escasos minutos era sangre, roja, brillante bajo el haz de luz que arrojaba la linterna. Se temía lo peor, tembloroso dio unos pasos más encaminándose al desastre. Frente al utilitario yacía en el suelo lo que le pareció un cuerpo de mujer. Se frotó los ojos y volvió a mirar. Una fina tela de color claro envolvía apenas el cuerpo desnudo de una mujer. Se le cortó la respiración, su sangre se heló en las venas. El pánico empezó a hacer acto de presencia y casi a la carrera fue a la parte trasera del coche para descubrir lo que ya se temía. Debido al incidente y la brusquedad del frenado se había abierto el portón trasero y la carga que transportaba estaba esparcida alrededor. Infinidad de cajitas de todos los tamaños, paquetes envueltos cuidadosamente con celofán otros con papel de periódico atados con una fina cuerda. Todos parpadeaban intermitentemente bajo los destellos de las luces de avería.

Era evidente que su entrega iba a sufrir un ligero retraso. Apartó un pequeño paquete de sus pies y se sentó sobre otro de mayor tamaño. No se fijó en que la sangre empezaba a brotar de la base de la caja.

jueves, 12 de julio de 2012

Prisas (1)


La carretera era oscura. No había ni una sola farola que iluminara los tres kilómetros de cerrado bosque mediterráneo por el que discurría el asfalto, y parecía que el mismo material del que estaba hecho el camino absorbiera completamente cualquier retazo de luz.

Los faros del viejo utilitario apenas podían romper la oscuridad de una noche sin luna, y solo la abundancia de curvas permitía que su luz consiguiera orientarle en mitad de esa infernal carretera.

El problema era que tenía prisa. Debía salir inmediatamente de ese tramo y llegar hasta el pueblo. Su tiempo se consumía y la carga debía entregarse sin falta dentro de las próximas tres horas o se vería metido en un lío considerable. 

Redujo la marcha y afrontó la curva que tantas veces había tomado, con más calma y con mucha más luz. La conocía y sabía que era traicionera incluso con toda la luz del sol dando luminosidad, así que no arriesgó. Acertó de lleno, porque las ruedas del lado derecho quedaron flotando sobre el asfalto, amagando con salir de la zona procesada y queriendo adentrarse entre la maleza que delimitaba el borde del bosque.

Con un rugido, que le salió de lo más hondo de su impaciencia, consiguió dominar el débil motor de su vehículo y buscó el centro de la calzada.

Si no había contado mal, estaba a mitad de camino. En unos diez minutos, saldría de esa trampa mortal y vería, tras la colina, las luces que le indicaban la presencia de un tramo más civilizado y con la bendición de la luz artificial, don de la civilización.

En la siguiente curva, mucho menos peligrosa, fue donde toda la prisa se convirtió en desesperación. Y eso, aún y cuando él tuvo la precaución de aminorar la marcha y evitar perder, de nuevo, el control del volante.