martes, 17 de julio de 2012

Prisas (5)


La panza del animal estaba abierta, y parte de sus intestinos se extendían sobre el suelo del transportín. El  animal suplicaba con la mirada al hombre, que apenas daba crédito a lo que veía…
Intentó lamerle la mano que tendía, pero él la retiró rápidamente. ¿Con qué se había hecho semejante corte? No podía ser, no había nada en la caja de transporte que pudiera haberle hecho ese tajo. Sus ojos recorrieron las paredes, la parte superior… Nada parecía roto.
No había manera física de que nada hubiera podido introducirse a través de las paredes y haber realizado el estropicio que estaba contemplando.
Entonces, reparó en la puerta. No estaba cerrada. Cuando la abrió, estaba suelta, y, ahora se fijaba, faltaba una de las dos bisabras que la mantenían en su lugar.
Sacó el mechero y se acercó. A la ténue luz de la llama, vio que había sido cortada limpiamente. Como el estómago de la agonizante criatura que reclamaba su ayuda desde dentro de lo que iba a ser su tumba.
Un sonido ténue, como de algo (o alguien) deslizándose detrás de él le hizo girarse con rapidez. La llama del mechero se apagó, y él tropezó con la caja de la perra y cayó, golpeándose la espalda con el maletero del coche. En su culo, notó uno de los paquetes que habían caído, y la dureza de su contenido le provocó un cardenal que iba a notar durante mucho tiempo, si llegaba vivo al amanecer.

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