La panza del
animal estaba abierta, y parte de sus intestinos se extendían sobre el suelo
del transportín. El animal suplicaba con
la mirada al hombre, que apenas daba crédito a lo que veía…
Intentó
lamerle la mano que tendía, pero él la retiró rápidamente. ¿Con qué se había
hecho semejante corte? No podía ser, no había nada en la caja de transporte que
pudiera haberle hecho ese tajo. Sus ojos recorrieron las paredes, la parte
superior… Nada parecía roto.
No había
manera física de que nada hubiera podido introducirse a través de las paredes y
haber realizado el estropicio que estaba contemplando.
Entonces, reparó
en la puerta. No estaba cerrada. Cuando la abrió, estaba suelta, y, ahora se
fijaba, faltaba una de las dos bisabras que la mantenían en su lugar.
Sacó el
mechero y se acercó. A la ténue luz de la llama, vio que había sido cortada
limpiamente. Como el estómago de la agonizante criatura que reclamaba su ayuda
desde dentro de lo que iba a ser su tumba.
Un sonido
ténue, como de algo (o alguien) deslizándose detrás de él le hizo girarse con
rapidez. La llama del mechero se apagó, y él tropezó con la caja de la perra y
cayó, golpeándose la espalda con el maletero del coche. En su culo, notó uno de
los paquetes que habían caído, y la dureza de su contenido le provocó un
cardenal que iba a notar durante mucho tiempo, si llegaba vivo al amanecer.
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