Como era de
esperar el viejo coche arrancó a la primera… buen chico. Dejó que el motor se
calentara y bajo las parpadeantes luces de avería puso primera y aceleró
ligeramente. De pronto cayó en la cuenta de la sábana manchada de sangre que se
encontraba frente al vehículo. No había vuelto a pensar en la mujer. Debería salir
a buscarla. Hacía frio y tal vez se encontrara en peligro, malherida, asustada…
desnuda. Recordó el cuerpo desnudo y le sorprendió una tímida erección. Con
fastidio y creyendo hacer lo correcto volvió a parar el coche y bajó para
tratar de encontrar la linterna y emprender la búsqueda.
Mientras
hurgaba entre los matorrales por donde calculaba que habría ido a parar la
maldita linterna empezó a sentir frio. Diez minutos más tarde ya estaba
tiritando y decidió desistir en la
búsqueda y volver al coche. De pronto trastabilló al pisar algo con su pie
derecho. Cayó al suelo donde paró el golpe con su mano herida y lanzó un alarido
de dolor a la oscuridad de la noche. Maldijo en todas las lenguas que sabia… La
lechuza le respondió ululando no muy lejos de allí. Al frotarse con su
lastimado tobillo descubrió que el objeto causante de su caída era… la puta
linterna.
Mientras se
incorporaba con la linterna en la mano no pudo evitar pensar que era una señal.
Encontrarla era el inicio de algo bueno. Todo se empezaría a arreglar a partir
de ese momento. Decidió que daría una corta batida en busca de la mujer. No
dedicaría más de treinta minutos, sólo para calmar su conciencia y no tener que
dar explicaciones a la policía sobre porque no la socorrió, porque no la busco
y la auxilió.
Accionó el
interruptor de la linterna y el haz de luz iluminó sus pies. Al alumbrar frente
al coche descubrió que empezaba a nevar. Comenzó a andar encogido de frio y
siguiendo el rastro de sangre que se adentraba en una zona del bosque con
matorral bajo. La mujer había dejado un abundante rastro de sangre y arbustos
aplastados y le resultaba fácil seguir la pista. Viendo la cantidad de sangre
que había perdido ya no confiaba en encontrarla con vida.
La búsqueda se
estaba alargando más de lo previsto. Cuarenta y cinco minutos. En algunos
momentos temió perderse, en otros creía estar andando en círculos. Con las manos
ateridas de frio y la luz de la linterna debilitándose, decidió emprender el regreso hacia el coche.
De pronto lo
vio. El cuerpo desnudo de la mujer yacía sobre un gran charco de sangre. Era
imposible que estuviese viva. Pero al tocar su muñeca en busca de latido… lo
encontró. Tenía pulso. La izó en
volandas como si de una macabra novia se tratase y se dirigió al coche a duras
penas. Fue un tortuoso camino en el que pudo percibir y palpar la desnudez de
la mujer. Intentando sujetarla con firmeza, la asía de cualquier sitio. Brazos,
manos, caderas, glúteos, pechos… un amalgama de carne y sangre que fue
empapando sus propias ropas, su propio cuerpo. Cuando llegó al coche se había
convertido en un monstruo después de un festín de sangre y muerte.
La depositó
con cuidado en el asiento de atrás y antes de cubrirla con su chaqueta la
observó detenidamente. La mujer era hermosa. Su cabello negro, rizado y
enmarañado cubría parte de su rostro. Un cuerpo cargado de formas voluptuosas,
femeninas. Pechos generosos, caderas redondeadas. Apartó un mechón de la cara
de la mujer y comprobó la belleza de su rostro. Se estremeció al descubrir una
antigua cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda. No quería pensar en ello.
Tenía que salir de allí.
Se sentó otra
vez en al asiento del conductor, esta vez con la respiración agitada por una
mezcla de frio, miedo y excitación al contemplar el cuerpo desnudo de la mujer.
Olfateó el aire del habitáculo. Una mezcla de su olor corporal, del su propia
orina, la meada que le había regalado la bestia antes de salir corriendo, el
olor rancio de su viejo coche y el olor
a sangre se mezclaban haciendo el aire casi irrespirable. Abrió un poco la
ventanilla. Fuera la nieve caía ya copiosamente.
Giró la llave
y accionó el contacto otra vez.
vamos bien....
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