viernes, 13 de julio de 2012

Prisas (2)



Acompañado de un golpe sordo llegó la oscuridad absoluta. Al emerger de la que creía era la ultima curva todo se precipitó. Algo había golpeado el frontal del coche produciendo la rotura de los faros y privándole de la imprescindible luz. Consiguió, a duras penas, controlar el utilitario mientras unos sonidos seguían a otros, cada uno portador de malas noticias. Algo se estrelló contra la luna delantera, sonando como pequeños impactos que la cruzaban de lado a lado. Al tiempo que logró parar por completo el coche, un golpe seco seguido por una cascada de pequeños sonidos se escucho en la parte posterior del coche. Encendió las luces de emergencia que parpadeaban en la negrura de la noche y se quedó paralizado unos segundos.

No se atrevía a enfrentarse al mundo exterior. Rebuscó en la guantera hasta que encontró la linterna que luchaba por esconderse entre la infinidad de objetos absurdos y abandonados a su suerte que moraban allí y haciendo un tremendo esfuerzo, accionó el mecanismo y abrió la puerta. No sabía por donde empezar. Alumbró el parabrisas para descubrir que el sonido que lo cruzó hacía escasos minutos era sangre, roja, brillante bajo el haz de luz que arrojaba la linterna. Se temía lo peor, tembloroso dio unos pasos más encaminándose al desastre. Frente al utilitario yacía en el suelo lo que le pareció un cuerpo de mujer. Se frotó los ojos y volvió a mirar. Una fina tela de color claro envolvía apenas el cuerpo desnudo de una mujer. Se le cortó la respiración, su sangre se heló en las venas. El pánico empezó a hacer acto de presencia y casi a la carrera fue a la parte trasera del coche para descubrir lo que ya se temía. Debido al incidente y la brusquedad del frenado se había abierto el portón trasero y la carga que transportaba estaba esparcida alrededor. Infinidad de cajitas de todos los tamaños, paquetes envueltos cuidadosamente con celofán otros con papel de periódico atados con una fina cuerda. Todos parpadeaban intermitentemente bajo los destellos de las luces de avería.

Era evidente que su entrega iba a sufrir un ligero retraso. Apartó un pequeño paquete de sus pies y se sentó sobre otro de mayor tamaño. No se fijó en que la sangre empezaba a brotar de la base de la caja.

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