Notó el
aliento cerca de su cuello. La respiración de la fiera era entrecortada y hacía
que la suya dejase de existir. El olor que desprendía, ácido, fétido,
repugnante le producía arcadas que logró contener a duras penas. Le entró un
pánico tal que se quedó paralizado, una parálisis involuntaria que semejaba a
un estado de absoluta catatonia. La bestia lo olisqueó, el cuello, la espalda,
el culo. Con decisión lo volteó con su hocico para seguir con su investigación.
Con detenimiento olió sus axilas, sus manos, su entrepierna. Él notó como un
calorcillo sospechoso se extendía por sus piernas y corría hacia los pies
enguantados en aquellos zapatos que le apretaban condenadamente. De pronto la
perra empezó a emitir otra vez sus lastimosos sonidos. La fiera levanto la
cabeza olisqueando el aire. Antes de moverse se acercó más a su cuerpo y algo
muy caliente y con un penetrante olor conocido empezó a calar con mayor
profundidad en su cuerpo. La fiera se abalanzó sobre el transportín produciendo
un fuerte ruido que apagó los gemidos de la perrita. El sonido de un trote
presuroso y luego silencio.
Espero unos
minutos interminables bajo los destellos de las luces de emergencia esperando
tener pruebas evidentes de que ya no corría peligro. Respiró profundamente
antes de levantarse. Pero, ¿que estaba ocurriendo?, ¿cómo era esto posible?, no
había respuesta por parte de sus músculos. La parálisis seguía aferrada a su
cuerpo
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