domingo, 29 de julio de 2012

Prisas (13)


El motor carraspeó esta vez. Parecía que se resistía a dejarle ir, ahora que ya estaba decidido a hacerlo.
Sintió como el corazón se le detenía, igual que lo hizo el motor tras toser varias veces, sin acabar de ofrecer el tranquilizador sonido de su ronroneo, escandaloso pero siempre fiable.
Respiró con fuerza, algo que llevaba haciendo toda la condenada noche, y volvió a accionar el contacto. Esta vez sí. Por poco, pero sí.
Se acomodó como pudo en el asiento, olvidando ya el espantoso olor que le rodeaba, y su mano derecha buscó la palanca de cambios. Con cuidado, como esperando que no funcionara, puso primera y sin soltar el embrague, apretó con precaución el acelerador.
Poco a poco, el motor comenzó a revolucionarse y  a coger fuerza, poco a poco. Con más precaución que prisa, levantó el pie del embrague y esperó a que el vehículo, aún maltrecho como estaba, avanzara por la carretera y retomara el camino hasta el pueblo.
Pero eso no sucedió.
Aunque el motor estaba revolucionado, aunque respondía con fiereza no se movió ni un centímetro adelante. En cambio, pareció levantarse sobre sí mismo y luchar por avanzar. Como si una fuerza imposible lo retuviera, se negó a volver a la carretera.
El sudor recorría su rostro. No entendía nada. Todo parecía en orden pero no había manera de que el coche se moviera.
Se imaginó lo que sucedía. La criatura había vuelto, estaba detrás de él, mirándolo con sus ojos encendidos, con la saliva goteando de su abyecta boca, mientras sujetaba con sus garras la parte trasera y le impedía volver a la civilización, donde esas cosas no ocurrían y todo era normal.
Con toda su fuerza de voluntad, se giró con cuidado, buscando la mirada asesina de la bestia, pero no encontró nada.
Nada. No había un ser de pesadilla sujetando el coche.
Entonces, qué…
Y cayó en la cuenta de que el freno de mano estaba subido. No recordaba haberlo hecho, pero probablemente lo subió cuando tuvo el accidente, de manera automática, sin pensar. Una manía suya, la de ser buen conductor y seguir las normas, que tantos reproches le habían valido de su mujer.
Lentamente, lo bajó y volvió a probar.
Esta vez, sí, el coche avanzó unos metros, sin problemas, pero notó como se desviaba hacia un lado, el izquierdo. El neumático había reventado, o había sido cortado por las garras de la bestia, o vete a saber por qué…
En esas condiciones podría llegar hasta el pueblo, sin duda, pero más lento de lo que esperaba. Desde luego no iba a parar a cambiar la rueda. Ni loco lo haría.
De todas formas, iba sin faros, así que tampoco podía correr demasiado. Se lo tomaría con calma, yendo pasito a pasito, y conseguiría salir con vida de esta. Y si podía, salvaría también a la chica desnuda. Desde luego que lo haría.

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