Mientras Paco
se perdía entre los lineales del supermercado con aparente nerviosismo, Sandra
se concentró en la selección de la bandeja de pollo que vio de mejor calidad y
los solomillos que tanto le gustaban cocinar a la pimienta. Lo había perdido
de vista y ya se dirigía al lineal de cajas para pagar la compra y acudir a su
inesperada cita.
Eligió la caja
que menos gente tenía esperando y colocó su carrito detrás del último cliente.
Una mirada furtiva le bastó para descubrir que Paco llegaba con su carro
repleto hasta la larga cola que ocupaba la caja número 7, tres más allá que la suya.
Sandra bajó la vista y distraídamente sacó el móvil de última generación del
interior de su bolso. Estaba contenta de haberse deshecho de la mierda de
blackberry que le había dado la empresa. Esto si que era un teléfono y no …
Avanzó unos pasos aproximando el carro a la caja y, otra vez parada, empezó a
hacer volar sus dedos sobre el teclado. Había adquirido una gran habilidad y
rapidez en escribir mensajes en el móvil. En los últimos tiempos era ya una
herramienta de comunicación imprescindible para su trabajo e incluso su vida
personal. Tecleó un rápido y conciso mensaje que mandó mediante el Whatsapp. No
pudo evitar sonreír en el momento de pulsar la tecla para mandarlo al tiempo
que observaba a Paco como empezaba a sacar precipitadamente la compra de su carro.
Era evidente que aquel hombre estaba bastante nervioso ya que algunas de las
compras se le resbalaban de las manos estrellándose en el suelo… ¿sería por la
cita?
Ella se
encontraba tranquila, sorprendida pero tranquila. No había imaginado que este
trabajo le resultara tan fácil. Pensó que sería mucho más difícil lograr una
cita con Paco. Su director se lo había pintado un poco mal. Parecía ser que su
objetivo, Francisco Mascilla Valor, era un tipo escurridizo. Pero mira, acertó
el momento justo en el lugar acertado y ahora ya con su compra embolsada y
pagada acudía a su cita con el que era su objetivo prioritario.
Era una
situación ridícula, pensó Paco. Él con el carro hasta la bandera de cosas que
le había encargado su mujer, un hombre que ya hacía tiempo que se sentía mayor,
más bien viejo y cansado, caminando al lado de aquella espectacular mujer que
solo llevaba en su carro de menor tamaño un par de bandejas de carne y unas
cajas de bombones de las mejores marcas. No la conocía de nada y la acababa de
invitar a tomar café. De pronto la alianza que rodeaba su dedo empezó a
presionarle de una forma salvaje. No se tenía que poner nervioso, no ocurriría
nada.
Llegaron a la
cafetería donde se acomodaron instintivamente en una mesa un poco apartada del
bullicio, la más apartada del bullicio, la más escondida para ser francos. Se
pidieron un café cada uno. Un encargo sencillo. Y se quedaron unos segundos en
silencio observándose con disimulado descaro.
El sonido del
mensaje que entró en el móvil de Sandra les sacó de la abstracción. Ella miró a
Paco con gesto de resignación.
-Atiende, no
te preocupes –la tranquilizó mientras abría su sobre de azúcar y empezaba a
verterlo cuidadosamente en el café.
Era un ritual
que le encantaba hacer. Vertía el azúcar sobre la cucharilla haciendo que
desbordase y cayese en el humeante y oscuro líquido. Luego lo hacía girar
enérgicamente. La mayoría de las veces derramaba gran cantidad de café en el
platito. Pero era algo compulsivo, no lo
podía evitar. Mientras realizaba esta operación no estuvo prestando atención a Sandra. Esta abrió el mensaje de whatsapp y vio que era la
respuesta al que ella había mandado hacía escasos minutos. Su cara se
transformó, perdió la sonrisa instalándose un rictus serio. El mensaje no
dejaba lugar a dudas, una sola palabra le dejaba las cosas claras. –PROCEDA.
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