El hombrecillo
que tenía delante no parecía gran cosa. Debía de tratarse de un tipo
importante, tipo cerebrito, para que tuvieran tanta prisa en eliminarlo. De
cualquier forma, no era asunto suyo.
- Perdona,
estos del trabajo…
- Oh,
tranquila, sé lo que es eso… A mí me pasa exactamente lo mismo… ¿En qué trabajas? – No era exactamente lo que
había pensado preguntar, pero los nervios le traiccionaron.
- Bueno, pues
ya sabes… Servicios varios para empresas importantes. Chorradas que las grandes
empresas no pueden hacer por sí mismas, y contratan a gente como yo para
hacerlas. Ese tipo de cosas.
- Ah, claro.
Esas cosas…
-¿Y tú? – La
pregunta le salió rodada, y se arrepientió. No necesitaba, ni quería saber nada
sobre él. Solo sería un estorbo para completar su trabajo. Cuanto menos unida
emocionalmente a él estuviera, mejor para todos.
-Bueno, yo… -
El teléfono de él volvió a sonar. Miró quien llamaba y descolgó. -Sí, cariño.
Yo… Sí… Sí… No… Verás… Es que… No… Ya, pero… No. No podré estar en casa antes
de las diez. No. Tengo que pasar por la oficina un momento. Sí… U… Una reunión,
déjame hablar, por favor… Sí, con el depart… Oye, que no es que… ¿Oye? ¿Hola?
Un gesto entre
el cabreo más grande que había visto ella en su vida y la resignación más
profunda cruzó la cara de él.
-¿Algún problema?
– Se aventuró a preguntar ella, aún
sabiendo de qué iba el tema. No porque lo hubiera leído en la ficha, sino
porque era arrolladoramente obvio.
- No… Sí… Ya
sabes, la vida familiar no siempre es de color de rosa…
-Ya veo. – Se
mostró un tanto incómoda. – Oye, ¿qué te parece si vamos a cenar algo, y me
cuentas? Podría ayudarte…
Sorpresa. La
desconocida, despampanante, hermosa, sexy y vital mujer del super, le estaba
invitando a cenar. ¿Significaría que esa noche pondría fin a su ya largo
periodo de abstinencia?
- Er… no sé…
Yo… No creo que debiera… La reunión…
-Bueno, son
las ocho, y no son horas de reuniones. No hay tal reunión, ¿verdad?
¿Tan
transparente era? No, no había reunión.
- Creo que
podría aceptar la invitación. - ¿Por qué no? Se merecía un respiro, qué caray.
- Perfecto,
vamos pues. Tengo dos piezas de carne y una botella de vino que pueden servir
perfectamente para quitarnos el hambre… y la vergüenza.
Acompañó esa
última apreciación con un sugerente guiño y una sonrisa pícara.
Ella le dio su
dirección, un apartamento a solo tres manzanas de allí. Un lugar de fácil
aparcamiento y bastante discreto. Las afueras de las ciudades son ideales para
ese tipo de encuentros furtivos.
Esperó a que
ella subiera, y se preparó. Se sentía nervioso, como siempre que se veía
sorprendido por esa sensación… Tragó saliva, se miró en el retrovisor, para
comprobar que todo estaba correcto en su cara, y salió del coche.
Llamó al
timbre y ella le abrió inmediatamente, tras asegurarse que era él a través de
la cámara del telefonillo. Buena precaución, pensó. A saber quién entra en
casa, si no tienes cuidado.
En el
ascensor, se llevó la mano al bolsillo y toco
la dureza que llevaba escondida allí. Sí, estaba exitado.
Ella le abrió
sin que tuviera que llamar. Le había visto por la mirilla, y le sonrió con
amabilidad, y una pizca de deseo. Eso lo excitó del todo. No se había cambiado
y estaba preciosa.
- Pasa, te estaba
esperando. – Le franqueó la puerta, y le dio la espalda, dejándole entrar en el
piso. Ese fue el momento en que él le golpeó con la porra, dejándola
inconsciente en el suelo.
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