La gota de
sangre se deslizaba lentamente por la mejilla de Sandra, contrastando con la
palidez de su rostro. Mientras analizaba a toda prisa lo que estaba ocurriendo
seguía notando sus ojos clavados en la nuca. Sentía miedo. Su respiración
estaba agitada y se aceleró más al percibir el movimiento de Paco que hizo que
entrase de nuevo en su campo de visión. Ambos permanecían en silencio. Sandra
notaba el murmullo de su sangre golpeando en sus oídos, la gota que le hacía
cosquillas en la mejilla acortando terreno en el camino hacia su mentón. Paco
se colocó de pie frente a ella. Le cogió la barbilla y le levantó el rostro
para mirarse de frente. Nuestro hombre sonrió.
A Paco le
gustó lo que vio. Vio una mujer hermosa, atractiva y asustada, muy asustada. Ese
miedo que contrae las pupilas, que sonroja las mejillas, que acelera la
respiración y contrae los músculos del cuerpo. Esas reacciones le agradaban.
Le hacían ponerse a cien. Estaba a cien. Pero debía desenmarañar la historia en
la que se encontraba metido. Debía mantener la calma. Ella dudaba de sus
intenciones y esa situación jugaba a su favor. Paco dobló ligeramente las
rodillas y acercó el cuchillo a los tobillos de Sandra. Con rapidez seccionó la
cinta americana que los tenía inmovilizados.
-Procura ser
buena Sandra. Ya ves las caricias que te puedo dar. No me des motivos para
precipitar la situación.
No esperaba
respuesta, tampoco la hubo. Se acercó a la mujer rodeándola con los brazos
quedando sus rostros prácticamente pegados. A ciegas el filo certero seccionó
la cinta que sujetaban sus muñecas. Y Sandra quedó liberada de manos y pies
pero atrapada por una sensación confusa. Paco no se había separado de su
rostro. Ella casi no podía enfocar sus ojos para verlo con nitidez, lo que si
que sentía era el efecto que tenía en su cuerpo la proximidad de aquel hombre.
Era imposible de controlar. Su piel se erizó de repente, sin avisarla. Sintió esa sensación en su cuero cabelludo, en cada milímetro de sus largas
piernas, incluso detrás de las rodillas. Su torso y su vientre recorrido por
un espasmo que le llegó hasta lo más profundo de su sexo. Sus pechos erizados
de miedo, de deseo. Sus brazos con el vello en posición de alerta. Sandra
entornó los ojos y se sintió presa de su captor, abandonada a su voluntad.
-¡No
necesitabas ir al baño?, ¿a que esperas?
Titubeó
sintiendo como sus piernas no estaban demasiado firmes. Paco lo notó y le
ofreció el brazo para ayudarla. En el fondo era un caballero y no lo podía
remediar.
Las palabras
seguían sin poder salir de la boca de Sandra, se sentía muda, agitada y con la
urgente necesidad de ir al baño. Apoyada en el brazo de Paco que vibraba con
pequeñas descargas eléctricas entraron en el baño.
-¿Te
importaría salir?
-Si, me importa. No
pienso hacerlo. No me fio tanto de ti.
-Paco… por
favor –le suplicó Sandra con la voz temblorosa.
-Ni lo sueñes
No lo pensó
más, sin levantar demasiado su vestido se bajó el tanga de encaje y se quedo
sentada en el inodoro. Bajo la mirada de Paco… hizo lo que se esperaba que
hiciera. Se sintió un poco incomoda pero mucho más excitada de lo que estaba
antes. Paco seguía llevando el cuchillo de cocina en la mano. Era el cuchillo
que utilizaba para filetear la carne. Sabía perfectamente lo afiladísimo que
estaba. En alguna ocasión lo había probado en sus carnes por accidente y la
gota que se había parado en la parte baja de su mejilla dejando un rastro rojo
y brillante lo corroboraba. Se aproximó hacia la puerta del baño, titubeante,
donde se encontraba su captor esperándola.
Realmente le molestaba la sangre de su mejilla por lo que con la mano
comenzó a limpiarla. Paco le cogió con fuerza de la muñeca y apartó la mano de
su rostro acercando sus labios y enjugando el rastro de sangre con su lengua.
Ah, ese sabor metálico de la sangre. Era un sabor que le hacía perder la
cabeza.
Sandra no
pudo aguantar la punzada de placer que sintió en su sexo al notar su mano
apresada por los labios de Paco. Apartó su mano y con fiereza unió su boca a la
de aquel hombre que amenazaba con violarla y matarla. No podía se podía parar a pensar
en lo incoherente que era la situación. Y se abandonó a lo que pasó después.
Como no queremos ser censurados en este momento,
entenderéis que omitamos lo que todos estáis ya imaginando. Donde acabaron los
dos medio desnudos. Que caminos exploraron manos, dedos, lenguas. Como acabaron
de desnudarse con la urgencia que imprime el deseo salvaje. Que nuevas
sensaciones se apoderaron de sus cuerpos y sus mentes. Que juegos prohibidos
experimentaron entre susurros, jadeos y gritos que nadie nunca oyó.
El humo de un
cigarrillo ascendía como un alma hacia el techo de la estancia. Un sonido
inconfundible avisó de que en el móvil de Sandra había entrado un nuevo
Whatsapp.
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