jueves, 27 de septiembre de 2012

INTERFERENCIAS (9)


La gota de sangre se deslizaba lentamente por la mejilla de Sandra, contrastando con la palidez de su rostro. Mientras analizaba a toda prisa lo que estaba ocurriendo seguía notando sus ojos clavados en la nuca. Sentía miedo. Su respiración estaba agitada y se aceleró más al percibir el movimiento de Paco que hizo que entrase de nuevo en su campo de visión. Ambos permanecían en silencio. Sandra notaba el murmullo de su sangre golpeando en sus oídos, la gota que le hacía cosquillas en la mejilla acortando terreno en el camino hacia su mentón. Paco se colocó de pie frente a ella. Le cogió la barbilla y le levantó el rostro para mirarse de frente. Nuestro hombre sonrió.

A Paco le gustó lo que vio. Vio una mujer hermosa, atractiva y asustada, muy asustada. Ese miedo que contrae las pupilas, que sonroja las mejillas, que acelera la respiración y contrae los músculos del cuerpo. Esas reacciones le agradaban. Le hacían ponerse a cien. Estaba a cien. Pero debía desenmarañar la historia en la que se encontraba metido. Debía mantener la calma. Ella dudaba de sus intenciones y esa situación jugaba a su favor. Paco dobló ligeramente las rodillas y acercó el cuchillo a los tobillos de Sandra. Con rapidez seccionó la cinta americana que los tenía inmovilizados.

-Procura ser buena Sandra. Ya ves las caricias que te puedo dar. No me des motivos para precipitar la situación.

No esperaba respuesta, tampoco la hubo. Se acercó a la mujer rodeándola con los brazos quedando sus rostros prácticamente pegados. A ciegas el filo certero seccionó la cinta que sujetaban sus muñecas. Y Sandra quedó liberada de manos y pies pero atrapada por una sensación confusa. Paco no se había separado de su rostro. Ella casi no podía enfocar sus ojos para verlo con nitidez, lo que si que sentía era el efecto que tenía en su cuerpo la proximidad de aquel hombre. Era imposible de controlar. Su piel se erizó de repente, sin avisarla. Sintió esa sensación en su cuero cabelludo,  en cada milímetro de sus largas piernas, incluso detrás de las rodillas. Su torso y su vientre recorrido por un espasmo que le llegó hasta lo más profundo de su sexo. Sus pechos erizados de miedo, de deseo. Sus brazos con el vello en posición de alerta. Sandra entornó los ojos y se sintió presa de su captor, abandonada a su voluntad.


-¡No necesitabas ir al baño?, ¿a que esperas?


Titubeó sintiendo como sus piernas no estaban demasiado firmes. Paco lo notó y le ofreció el brazo para ayudarla. En el fondo era un caballero y no lo podía remediar.

Las palabras seguían sin poder salir de la boca de Sandra, se sentía muda, agitada y con la urgente necesidad de ir al baño. Apoyada en el brazo de Paco que vibraba con pequeñas descargas eléctricas entraron en el baño.


-¿Te importaría salir?

-Si, me importa. No pienso hacerlo. No me fio tanto de ti.

-Paco… por favor –le suplicó Sandra con la voz temblorosa.

-Ni lo sueñes

No lo pensó más, sin levantar demasiado su vestido se bajó el tanga de encaje y se quedo sentada en el inodoro. Bajo la mirada de Paco… hizo lo que se esperaba que hiciera. Se sintió un poco incomoda pero mucho más excitada de lo que estaba antes. Paco seguía llevando el cuchillo de cocina en la mano. Era el cuchillo que utilizaba para filetear la carne. Sabía perfectamente lo afiladísimo que estaba. En alguna ocasión lo había probado en sus carnes por accidente y la gota que se había parado en la parte baja de su mejilla dejando un rastro rojo y brillante lo corroboraba. Se aproximó hacia la puerta del baño, titubeante, donde se encontraba su captor esperándola.  Realmente le molestaba la sangre de su mejilla por lo que con la mano comenzó a limpiarla. Paco le cogió con fuerza de la muñeca y apartó la mano de su rostro acercando sus labios y enjugando el rastro de sangre con su lengua. Ah, ese sabor metálico de la sangre. Era un sabor que le hacía perder la cabeza.

Sandra no pudo aguantar la punzada de placer que sintió en su sexo al notar su mano apresada por los labios de Paco. Apartó su mano y con fiereza unió su boca a la de aquel hombre que amenazaba con violarla y matarla. No podía se podía parar a pensar en lo incoherente que era la situación. Y se abandonó a lo que pasó después.


Como no queremos ser censurados en este momento, entenderéis que omitamos lo que todos estáis ya imaginando. Donde acabaron los dos medio desnudos. Que caminos exploraron manos, dedos, lenguas. Como acabaron de desnudarse con la urgencia que imprime el deseo salvaje. Que nuevas sensaciones se apoderaron de sus cuerpos y sus mentes. Que juegos prohibidos experimentaron entre susurros, jadeos y gritos que nadie nunca oyó.


El humo de un cigarrillo ascendía como un alma hacia el techo de la estancia. Un sonido inconfundible avisó de que en el móvil de Sandra había entrado un nuevo Whatsapp.


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