Desde aquella
noche tan peculiar había pasado ya poco más de un año. Los primeros meses
fueron muy difíciles. Consiguieron dar esquinazo a los esbirros de la organización que andaban
pisándoles los talones. No sin dificultad lograron esconderse durante unos días
en una masía perdida en la montaña. Desde allí hicieron los trámites necesarios
para cambiar su identidad. Mientras esperaban sus nuevos pasaportes y
documentos de identidad se fueron desvelando los detalles del encargo que
habían recibido cada uno.
En aquellos tiempos
la directora de la organización era Angelina y fue ella la que decidió jugar a
un juego divertido para ella y peligroso para ellos. La propuesta que le
hicieron a Paco en aquella reunión fue que se encargara de liquidar a Sandra.
Era la prueba que él debía superar para pasar a formar parte de la
organización. A Paco le pareció interesante, todo un reto. Sin responder a la
propuesta puso en marcha su plan para asesinarla. Sería una sorpresa para
Angelina. Mientras que Sandra tenía el encargo de borrar del mapa a Paco. A la
organización le molestaba, se lo debían quitar de en medio.
Pero ni
Angelina ni ellos mismos podían imaginar lo que ocurrió. Desde aquella noche en
la que se desataron sus deseos más profundos, la relación entre ambos había
sido muy intensa. Muchas horas juntos sintiéndose atrapados por la urgencia de
escapar, de esconderse. Poseídos por el deseo, por el ansia de unirse uno al
otro, por experimentar nuevas sensaciones desconocidas para ellos,
inconfesables.
Pasaban los
días y ellos se iban transformando en otras personas. Sandra se cortó su melena
rubia y la cambió de color. Luciendo un corte a navaja, que dejaba al
descubierto su nuca, pero que enmarcaba su cara con un flequillo despuntado
sobre su frente y unos mechones que recogía sensualmente tras sus orejas. Sus
ojos viraron del verde al ámbar, resaltando más si era posible su belleza
natural. Mientras Paco se volvió a esmerar en su transformación. Se tiñó el
cabello de color castaño claro y se dejó una perilla que le daba un aire
intelectual. En un par de días se hizo un tatuaje en su mano derecha y trepaba
por su antebrazo. Una inscripción realizada en letras chinas acompañadas de
pequeños dragones alados que lanzaban fuego de sus fauces abiertas.
Así en pocas
semanas llegaron a su nuevo hogar en aquella isla rodeada por aguas
mediterráneas. Su nueva personalidad también izo mutar sus nombres Ella se
convirtió en Laura y él en Isaac. Era un matrimonio peculiar de artista.
Alquilaron una casita en la zona más turística de la isla y mientras Isaac
acudía con puntualidad británica a su trabajo en la librería del pueblo, Laura
se dedicaba a fotografiar rincones de la isla y a pintar pequeños cuadros que
luego vendía en el mercadillo de Santa Gertrudis. Laura e Isaac ya eran dos
personas queridas por el pueblo aunque un poco misteriosos, si.
Aquel dia
había estado lloviendo. Laura no había salido de casa. Aprovechó la tarde para
terminar algunos lienzos para el mercadillo del domingo. Isaac llegó sobre las
ocho, un poco más tarde de lo que acostumbraba.
-¿Ya
terminas? –le preguntó a Laura mientras entraba en su estudio y se aproximaba a
ella.
-Me falta un
poco-le respondió mientras posaba sus manos sobre las de él que le rodeaban la
cintura desde su espalda.
Laura miraba
el lienzo que estaba acabando de pintar mientras sentía la respiración de Isaac
sobre su cuello. Las manos presionaban ligeramente sus caderas y contra sus
glúteos notaba la dureza del sexo de Isaac. Como siempre el deseo creció con
rapidez. El ansia por poseerse se apoderó de todos los poros de su piel. Las
terminaciones nerviosas de ambos estaban percibiendo hasta el más mínimo roce,
el aroma del cuerpo del otro, la respiración que se agitaba y aceleraba segundo
a segundo. Una vez más se abandonaron a la pasión y el sexo salvaje, pese que
nunca llegaron a superar las sensaciones de aquella primera vez en al
apartamento elegido por la organización para que Sandra llevara a cabo su plan.
Fue entonces
cuando se encontraban relajados en la cama, escuchando caer la lluvia, mientras
recuperaban el ritmo de su respiración y restablecían la frecuencia de sus
latidos cardíacos cuando alguien dio unos suaves golpes a la puerta de la casa.
No tenían timbre, tampoco eran horas de recibir visitas.
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