miércoles, 3 de octubre de 2012

INTERFERENCIAS (13)


Desde aquella noche tan peculiar había pasado ya poco más de un año. Los primeros meses fueron muy difíciles. Consiguieron dar esquinazo a  los esbirros de la organización que andaban pisándoles los talones. No sin dificultad lograron esconderse durante unos días en una masía perdida en la montaña. Desde allí hicieron los trámites necesarios para cambiar su identidad. Mientras esperaban sus nuevos pasaportes y documentos de identidad se fueron desvelando los detalles del encargo que habían recibido cada uno.


En aquellos tiempos la directora de la organización era Angelina y fue ella la que decidió jugar a un juego divertido para ella y peligroso para ellos. La propuesta que le hicieron a Paco en aquella reunión fue que se encargara de liquidar a Sandra. Era la prueba que él debía superar para pasar a formar parte de la organización. A Paco le pareció interesante, todo un reto. Sin responder a la propuesta puso en marcha su plan para asesinarla. Sería una sorpresa para Angelina. Mientras que Sandra tenía el encargo de borrar del mapa a Paco. A la organización le molestaba, se lo debían quitar de en medio.


Pero ni Angelina ni ellos mismos podían imaginar lo que ocurrió. Desde aquella noche en la que se desataron sus deseos más profundos, la relación entre ambos había sido muy intensa. Muchas horas juntos sintiéndose atrapados por la urgencia de escapar, de esconderse. Poseídos por el deseo, por el ansia de unirse uno al otro, por experimentar nuevas sensaciones desconocidas para ellos, inconfesables.


Pasaban los días y ellos se iban transformando en otras personas. Sandra se cortó su melena rubia y la cambió de color. Luciendo un corte a navaja, que dejaba al descubierto su nuca, pero que enmarcaba su cara con un flequillo despuntado sobre su frente y unos mechones que recogía sensualmente tras sus orejas. Sus ojos viraron del verde al ámbar, resaltando más si era posible su belleza natural. Mientras Paco se volvió a esmerar en su transformación. Se tiñó el cabello de color castaño claro y se dejó una perilla que le daba un aire intelectual. En un par de días se hizo un tatuaje en su mano derecha y trepaba por su antebrazo. Una inscripción realizada en letras chinas acompañadas de pequeños dragones alados que lanzaban fuego de sus fauces abiertas.


Así en pocas semanas llegaron a su nuevo hogar en aquella isla rodeada por aguas mediterráneas. Su nueva personalidad también izo mutar sus nombres Ella se convirtió en Laura y él en Isaac. Era un matrimonio peculiar de artista. Alquilaron una casita en la zona más turística de la isla y mientras Isaac acudía con puntualidad británica a su trabajo en la librería del pueblo, Laura se dedicaba a fotografiar rincones de la isla y a pintar pequeños cuadros que luego vendía en el mercadillo de Santa Gertrudis. Laura e Isaac ya eran dos personas queridas por el pueblo aunque un poco misteriosos, si.


Aquel dia había estado lloviendo. Laura no había salido de casa. Aprovechó la tarde para terminar algunos lienzos para el mercadillo del domingo. Isaac llegó sobre las ocho, un poco más tarde de lo que acostumbraba.

-¿Ya terminas? –le preguntó a Laura mientras entraba en su estudio y se aproximaba a ella.

-Me falta un poco-le respondió mientras posaba sus manos sobre las de él que le rodeaban la cintura desde su espalda.

Laura miraba el lienzo que estaba acabando de pintar mientras sentía la respiración de Isaac sobre su cuello. Las manos presionaban ligeramente sus caderas y contra sus glúteos notaba la dureza del sexo de Isaac. Como siempre el deseo creció con rapidez. El ansia por poseerse se apoderó de todos los poros de su piel. Las terminaciones nerviosas de ambos estaban percibiendo hasta el más mínimo roce, el aroma del cuerpo del otro, la respiración que se agitaba y aceleraba segundo a segundo. Una vez más se abandonaron a la pasión y el sexo salvaje, pese que nunca llegaron a superar las sensaciones de aquella primera vez en al apartamento elegido por la organización para que Sandra llevara a cabo su plan.


Fue entonces cuando se encontraban relajados en la cama, escuchando caer la lluvia, mientras recuperaban el ritmo de su respiración y restablecían la frecuencia de sus latidos cardíacos cuando alguien dio unos suaves golpes a la puerta de la casa. No tenían timbre, tampoco eran horas de recibir visitas.  

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