Laura saltó
corriendo de la cama y abrió el armario. En lugar de las prendas que todo el
mundo tiene colgando de la barra, una decena de fusiles, escopetas y rifles
ocupaban la parte principal del mueble empotrado. Seleccionó una escopeta
corredera, que siempre mantenía cargada y lista para utilizar y la lanzó a
Paco, quien la cazó al vuelo.
Luego abrió
un pequeño cajón y sacó un colt plateado, un arma contundente y potente, que
era capaz de abrir un agujero en un chaleco antibalas a corta distancia. Se
vistió la bata que estaba en los pies de la cama, mientras él se ponía el
pantalón del pijama y una camiseta de manga corta. En conjunto, no habían
pasado ni veinte segundos.
Se dirigieron
a la puerta de entrada y se prepararon para abrirla. Él se escudó tras la pared,
dispuesto a intervenir si hacía falta, mientras ella escondía su arma en la
espalda y abría la puerta.
-Oh,
disculpe…- Una pareja de jubilados, equipados para el senderismo, aguardaba en
la entrada. – Nos hemos retrasado un poco caminando, ya sabe como de rápido se
esconde el sol por aquí, y se nos ha hecho de noche. ¿Sabe si estamos muy lejos
de la carretera? Hemos visto la luz y hemos pensado…
- Sigan por
el camino. Están a unos doscientos metros de la carretera, y allí está el
aparcamiento. – Contestó ella no de muy buen humor. – En diez minutos habrán
llegado.
-Muchas
gracias, señorita- Con una sonrisa y un movimiento de cabeza, los jubilados se
dirigieron hasta el camino. - ¿Ves, tonto? Ya te lo decía yo… Menos mal que a
esta encantadora jovencita sí le haces caso…
Dejó que se
alejaran de la puerta sin dejar de
mirarles ni un momento, y cuando creyó que se habían alejado lo bastante, cerró
la puerta, y se apoyó en ella, dejándose resbalar hasta el suelo.
-Deberíamos
dejar de hacer esto. Ya sabes, saltar a por la artillería cada vez que llaman a
la puerta…
Isaac dejó la
escopeta, con el seguro puesto, contra la pared, y se sentó en el suelo
también, frente a ella.
-Sabes que no
podemos bajar la guardia, cariño. Si saben donde estamos…
-Sí, pero
solo si saben donde estamos, cosa que no ocurre ahora, ni ocurrirá nunca. Hemos
borrado bien las huellas, hemos ocultado el rastro y hemos cambiado
completamente. Somos otras personas y no saben que estamos aquí. ¡Qué narices!
¡Ni siquiera saben si estamos vivos o muertos!
- Lo sé, lo
sé… Pero es que…
Isaac se
acercó a ella y la rodeó con su brazo, acercando sus cuerpos. Sus labios
volvieron a unirse, y el frío suelo fue testigo de las nuevas muestras de
cariño entre ambos.
Si hubieran
mirado por la ventana, habrían visto como los ancianos se quedaban mirando un
momento la casa, con gesto serio, y asentían, como si hubieran confirmado
alguna sospecha.
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