Aquella
jornada de mercadillo era especial, estaban cerca de una fiesta señalada en la
que todo el mundo se encontraba más dispuesto a hacer regalos a la gente que
estimaban. Como cada domingo Isaac y Laura habían llegado puntuales para
empezar a montar su puesto. El vecino, Sebastián, estaba armando la
mesa para exponer la bisutería que elaboraba con materiales reciclados. Acababa
de extender la tela de colores brillantes que la cubriría y serviría de
marco para sus pequeñas obras de arte.
-¡Laura, guapa!
–Saludó Sebastián mientas depositaba un suave beso en su mejilla-,
¿Cómo fue la semana?
-Perfecta
Sebas, como siempre con mucho trabajo y muchas ganas de seguir creando.
Isaac se
aproximó al puesto de Sebas portando las carpetas que contenían las obras de
Laura.
-¡Hombre,
Isaac, cuanto tiempo sin verte!.
Ambos se
abrazaron sacudiendo sus espaldas con cariño. Se acercaron a la zona
de aparcamiento para seguir llevando al puesto la mercancía que tenían para
vender durante aquella jornada.
Laura quedó
sola montando la pequeña mesa y desplegando los carpeteros. El sol ya estaba
bastante alto y empezaba a sentirse el calor húmedo de la isla. La música
inundó el Mercadillo, mezclada con las risas, los murmullos de la gente y los
sonidos que provenían de las herramientas de montaje de los puestos. El bar del
mercadillo ya estaba en funcionamiento. Era un lugar fresco y sombreado, en el
que se podía disfrutar de unos maravillosos falafell, couscous y te moruno que
preparaba Sahid con su mejor sonrisa.
Cuando llegaba la hora de la comida todos cerraban sus puestos y se acomodaban
bajo las telas coloreadas que protegían del sol. Era el mejor momento de la
semana tendidos sobre alfombras de estilo oriental, con el frescor que
proporcionaba la sombra de las telas que ondeaban a la brisa y disfrutando de
la mejor selección musical de la mano de Ahmed. Unos minutos para comer y
relajarse.
Una hora
después el mercadillo estaba repleto de turistas y algún que otro lugareño. Como
cada domingo muchos clientes se paraban a mirar interesándose por los cuadros
de Laura. El día prometía ser productivo. Esta vez ella había preparado una
colección de paisajes en la que había sido capaz de plasmar la intensidad de la
luz y la frescura de los colores de la isla. Isaac permanecía durante un rato
atendiendo el puesto y acompañándola en los pocos momentos el los que no tenían
clientes. Luego desaparecía entre los ríos de gente que se deslizaban por las
calles del mercadillo.
Entres
clientes y ventas se hizo la hora de comer
-Chicos
–esclamó Sebas-. Yo ya he cerrado, necesito un descanso. Me adelanto al bar y
voy cogiendo sitio junto a la fuente.
-Ok, Sebas
–respondió Laura comprobando en su reloj como se le había escurrido la mañana
entre los dedos- me podías ir pidiendo una clara bien fresquita.
-Otra para
mi, Sebas.
Isaac rebuscó
entre la caja que contenía las herramientas y cogió la tela que destinaban a
protegerlo de las manos ajenas durante la comida. Al volverse hacia la mesa
dispuesto a extender tela, esta se cayó de sus manos. Su mirada se cruzó con la
de la pareja que tenía delante. Una pareja de jóvenes con aspecto de
extranjeros. Ambos de piel blanca y
cabello claro. Vestidos como cualquier turista que merodeara por el mercadillo.
Pero, esos ojos. Esa mirada.
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