viernes, 5 de octubre de 2012

INTERFERENCIAS (15)


Aquella jornada de mercadillo era especial, estaban cerca de una fiesta señalada en la que todo el mundo se encontraba más dispuesto a hacer regalos a la gente que estimaban. Como cada domingo Isaac y Laura habían llegado puntuales para empezar a montar su puesto. El vecino, Sebastián, estaba armando la mesa para exponer la bisutería que elaboraba con materiales reciclados. Acababa de extender la tela de colores brillantes que la cubriría y serviría de marco para sus pequeñas obras de arte.

-¡Laura, guapa! –Saludó Sebastián mientas depositaba un suave beso en su mejilla-, ¿Cómo fue la semana?

-Perfecta Sebas, como siempre con mucho trabajo y muchas ganas de seguir creando.

Isaac se aproximó al puesto de Sebas portando las carpetas que contenían las obras de Laura.

-¡Hombre, Isaac, cuanto tiempo sin verte!.

Ambos se abrazaron sacudiendo sus espaldas con cariño. Se acercaron a la zona de aparcamiento para seguir llevando al puesto la mercancía que tenían para vender durante aquella jornada.
 
              Laura quedó sola montando la pequeña mesa y desplegando los carpeteros. El sol ya estaba bastante alto y empezaba a sentirse el calor húmedo de la isla. La música inundó el Mercadillo, mezclada con las risas, los murmullos de la gente y los sonidos que provenían de las herramientas de montaje de los puestos. El bar del mercadillo ya estaba en funcionamiento. Era un lugar fresco y sombreado, en el que se podía disfrutar de unos maravillosos falafell, couscous y te moruno que preparaba Sahid con su mejor sonrisa.  Cuando llegaba la hora de la comida todos cerraban sus puestos y se acomodaban bajo las telas coloreadas que protegían del sol. Era el mejor momento de la semana tendidos sobre alfombras de estilo oriental, con el frescor que proporcionaba la sombra de las telas que ondeaban a la brisa y disfrutando de la mejor selección musical de la mano de Ahmed. Unos minutos para comer y relajarse.

 

Una hora después el mercadillo estaba repleto de turistas y algún que otro lugareño. Como cada domingo muchos clientes se paraban a mirar interesándose por los cuadros de Laura. El día prometía ser productivo. Esta vez ella había preparado una colección de paisajes en la que había sido capaz de plasmar la intensidad de la luz y la frescura de los colores de la isla. Isaac permanecía durante un rato atendiendo el puesto y acompañándola en los pocos momentos el los que no tenían clientes. Luego desaparecía entre los ríos de gente que se deslizaban por las calles del mercadillo.

 

Entres clientes y ventas se hizo la hora de comer

-Chicos –esclamó Sebas-. Yo ya he cerrado, necesito un descanso. Me adelanto al bar y voy cogiendo sitio junto a la fuente.

-Ok, Sebas –respondió Laura comprobando en su reloj como se le había escurrido la mañana entre los dedos- me podías ir pidiendo una clara bien fresquita.

-Otra para mi, Sebas.

 

Isaac rebuscó entre la caja que contenía las herramientas y cogió la tela que destinaban a protegerlo de las manos ajenas durante la comida. Al volverse hacia la mesa dispuesto a extender tela, esta se cayó de sus manos. Su mirada se cruzó con la de la pareja que tenía delante. Una pareja de jóvenes con aspecto de extranjeros.  Ambos de piel blanca y cabello claro. Vestidos como cualquier turista que merodeara por el mercadillo. Pero, esos ojos. Esa mirada.

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