lunes, 22 de octubre de 2012

INTERFERENCIAS (FIN)


Desde aquella noche habían pasado ya diez años.

Cuando llegó la patrulla dispuesta a apresar a la pareja furtiva, se encontró un mar de sangre en el sótano de la casa. Allí se estaban la pareja de supuestos americanos, sus compañeros. La sangre y las vísceras de estos hombres también acabaron salpicando paredes y suelos. Fueron brutalmente descuartizados y esparcidos por el sótano.

Cuando llegaron refuerzos alertados por el aviso de alarma de Juan, estaban todos muertos, excepto Juan. Aunque él sabía que su hora había llegado intentó narrarles lo ocurrido. Contó que después de bajar al sótano, que se encontraba en penumbra y silencioso, vieron la matanza. Estaban aterrorizados. No era necesario comprobar si alguien seguía con vida. Todo estaba lleno de restos humanos extremidades, cabezas, dedos, pies. De pronto desde la oscuridad que llenaba los rincones, comenzaron a percibir unos movimientos rápidos. Era como si las sombras se diluyeran y se dispersaran creando entes con voluntad propia. Un centenar de puntitos amarillos permanecían suspendidos en la sombra. Formaban grupos de a cuatro. Parpadeaban. Eran ojos. 

Juan estaba agonizando pero consiguió continuar. Relató como empezaron a saltar esos entes alados desde las sombras y como con sus garras y sus fauces comenzaron a sembrar la muerte. Eran más de una treintena. Muchos, contó Juan. Él paralizado por el pánico y en completo estado de shock, resistió mientras los monstruosos seres le arrancaban un brazo de cuajo. Por la fuerza de la fiera al realizar la operación Juan salió disparado cayendo junto a una pila de cajas de cartón. Estas se derrumbaron y lo cubrieron por completo. Luego perdió el conocimiento.


Y en ese momento Juan murió. Los hombres de la patrulla, unos diez, comenzaron a cargar sus armas. Yo también cargue la mía. A todos nos parecía que había movimiento en las sombras. Apuntábamos con nuestras armas en todas direcciones. Y de pronto ocurrió. Como había contado Juan las sombras con sus ojos amarillos comenzaron a abalanzarse sobre nosotros. Confusión. Gritos. Rugidos. Sangre y miembros. No se muy bien como escapé. Fui el único tal vez. Corrí al coche patrulla y empecé con mi propio holocausto.


Llevo diez años viviendo en este  bosque. Las sombras se fueron apoderando del mundo extendiendo su manto de muerte y sangre por las ciudades. No se cuantos supervivientes más pueden haber. En todo este tiempo solo me encontré una vez con un hombre que como yo andaba escondiéndose. Había enloquecido.



Diez años viviendo con miedo, con hambre. Temiendo que vuelvan. Temiendo enloquecer. No lo puedo resistir más. Todavía conservo mi arma. Todavía una bala. Apunto a mi sien, click. Un destello acompañado por una detonación sorda y todo queda sumido en la oscuridad y el silencio. Para siempre.

viernes, 19 de octubre de 2012

INTERFERENCIAS (20)



Más que escuchar el disparo, sintió un golpe en el hombro derecho. No sintió el dolor inmediatamente, pero fue consciente de que Catherin le había disparado por la espalda. Instintivamente, se dejó caer hacia delante, buscando esquivar una posible segunda bala. Cayó rodando por el suelo, acusando el impacto contra el duro cemento, además del creciente escozor en la zona alcanzada por el disparo.
Tampoco fue consciente de que algo pasaba sobre ella a una gran velocidad, creando una corriente de aire  que le dio el aire que necesitaba para seguir consciente. Una sombra, algo rápido, que subía por las escaleras.
Fue consciente del grito de la mujer y de un nuevo disparo, seguido de un gemido apagado abruptamente y del sonido de la carne desgarrándose. Los sonidos de la garganta de Catherin fueron apagándose y sintió algo más, algo oscuro, que se movía en lo alto de la escalera. Algo que estaba poniendo fin a la vida de la mujer que le había disparado.
Lo siguiente que sintió fue la oscuridad inundando su cabeza, privándola de la consciencia.

-¡¡NO!! – Se despertó sudorosa y alterada. Se encontró sentada en la cama, la que compartía con Isaac desde hacía varios meses. El dolor de su hombro le devolvió de golpe a la realidad y miró a su alrededor.
Su habitación estaba completamente desordenada. Parecía que alguien había sacado toda la ropa de los cajones. El armario estaba abierto, y en él solo pudo ver un par de armas. El resto había desaparecido. En la mesilla había una botella de agua y un vaso a medio beber.
Nada más.
Se sintió agotada, dolorida y confusa.
Recordaba, entre neblinas, a la dulce pareja americana, sus sospechas y el disparo a traición. ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente?  Y, sobre todo, ¿dónde estaba Isaac?
Un ruido en las escaleras le puso en alerta. Isaac entró como un vendaval a la habitación.
- ¡Laura! ¡Estás despierta! – Le abrazó con firmeza pero con delicadeza y la besó con ternura. – He estado muy preocupado. No sabía si ibas a despertar ya o si tendría que llevarte en brazos hasta el coche.
- ¿Al coche? Pero… Isaac… ¿Qué ha pasado? ¿Dónde vamos?
- Nos vamos, mi amor. Nos han descubierto. He retrasado todo lo posible nuestra partida para que tuvieras fuerzas, pero no podemos esperar más. No tardarán en llegar y tenemos que estar lejos de aquí. Tendremos nuevas identidades y podremos pasar desapercibidos de nuevo.
- Pero… - Su cabeza seguía perdida, confusa. - ¿Qué ha pasado con… Catherine y … como se llame…?
Isaac le cogió la cara con las dos manos y la miró con fijeza a los ojos.
- Ya no están, ¿vale? Ya no son un problema, pero tenemos que irnos. Vendrán más agentes, y no podremos frenarlos. ¿Lo comprendes?
Sí, claro que lo comprendía. Finalmente, los había matado, tal y como habían planeado desde el principio. Tenían un protocolo para esto. El sótano era un lugar tranquilo y amortiguaba el sonido de los disparos. Esperaban no tener que utilizarlo nunca para eso, pero estaban preparados para hacerlo.
Pero, sin embargo, lo que había visto… Mejor dicho, sentido, cuando luchaba por mantener la consciencia… ¿Qué había pasado realmente?

jueves, 18 de octubre de 2012

INTERFERENCIAS (19)


Pero Laura se quedó oculta en la escalera intentando escuchar la conversación que mantenía Catherin con sus supuestos hijos. Pese a que su inglés estaba un poco oxidado pudo entender retazos de lo que decía Catherin. Realmente parecía hablar con sus hijos, nada le hizo pensar  que fuese una charla cargada de palabras clave para informar a su interlocutor. Ni si quera su actitud, la veía reflejada en el espejo del recibidor, le hizo sospechar. Se la veía relajada y familiar con la voz que le llegaba desde el otro lado del teléfono. Cuando intuyó que la conversación llegaba a su fin emergió en el recibidor con su mejor sonrisa.

-Ok Sam. Bye – Catherin se despidió de su hijo-. Sabes Laura –dijo dirigiéndose a su anfitriona con ese peculiar acento y una amplia sonrisa-, siempre hay que estar pendiente de ellos. ¿Vosotros tenéis hijos?

            -No, no tenemos. Hemos pasado la mayor parte de nuestro tiempo absortos por nuestros trabajos y, la verdad, es que nos gusta vivir el uno por el otro, con libertad, con todo el tiempo para nosotros. No sentimos la necesidad de tener hijos.

            Bajaban la estrecha escalera hablando amigablemente. Laura, que abría la expedición, se encontraba sorprendida por su cambio de actitud hacia aquella mujer. En el momento en que Catherin colgó el teléfono y le sonrió todo empezó a ser distinto. Tenía la seguridad de que realmente eran dos personas en las que podían confiar.

 

La sangre de Laura se le heló en las venas. Su corazón apenas podía latir, oprimido por la adrenalina que se apoderó de todo su cuerpo al descubrir la escena que les esperaba en el sótano.

 

Sangre. Lo primero que vio fue sangre. Salpicando las paredes, el techo, las estanterías, los lienzos. Sangre y pedazos de vísceras esparcidos por todos los rincones creando una peculiar composición cuyo título podría ser La muerte roja. La luz que procedía de la única bombilla que desnuda iluminaba la estancia todavía no había dejado de bailar. Un cuerpo permanecía inmóvil en el suelo. De su sien manaba a borbotones el líquido viscoso y rojo que lo teñía todo. El ambiente olía a sangre y muerte. Cuando Laura bajó el último escalón acompañada por un temblor que le sacudía todo el cuerpo, el grito desgarrado y asustado de Catherin rompió el silencio. Laura se llevó la mano al bolsillo, pero antes de poder asir su pistola ocurrió lo inesperado.

martes, 16 de octubre de 2012

INTERFERENCIAS (18)



-¡Adelante! – El sonriente Isaac les franqueó el paso a la confortable casita que tanto esfuerzo les había costado preparar. – Espero que no os moleste el desorden. Llevamos unos días muy ocupados con el mercadillo, y bueno, no hay manera de sacar tiempo para todo.
-¡Tranquilos! No os preocupéis. Tendríais que ver como tenemos nosotros el apartamento. – La risa de la americana no consiguió tranquilizar del todo a Laura, aunque comenzó a abrirse paso una duda en su mente. ¿Y si se equivocaban? ¿Y si no eran quien pensaban que eran? Los dos habían servido en la Agencia, y estaban preparados para hacerse pasar por cualquier persona, aunque también era cierto que los años de servicio les habían provocado una asfixiante y perturbadora paranoia. Cualquiera podía no ser quien decía ser…
Este último pensamiento hizo que se calmara y los años de entrenamiento hicieron su aparición. Solucionaría este problema de forma profesional, y luego, verían como solucionaban el desaguisado. Hicieran lo que hicieran, tenían que volver a moverse.
- Laura, ¿dónde guardamos los lienzos de la colección? – Isaac notó las dudas de su pareja, y le lanzó el capote.
- Bueno, creo que los dejé abajo, entre las colecciones del bosque. – Se giró hacia sus invitados – Hace unos meses pinté varios cuadros del pinar que hay cerca de la carretera. Ahí los tengo, todos juntos, criando polvo…
- Oh, pues eso tenemos que verlo. – Timothy no perdió ocasión de alabar el trabajo de la pintora.- Si son tan bonitos como los de la puesta de sol, igual nos llevamos uno también. ¡Tienes un talento especial, Laura!
Isaac abrió la puerta del sótano e invitó a los americanos a bajar a ver los cuadros.
- ¡Y tanto! Y yo tengo la suerte de poder estar con ella. El talento no se pega, pero yo lo intento todos los días. – Las risas de todos se adueñaron de la casa, mientras el anfitrión iniciaba la marcha escaleras abajo, seguido de la pareja y finalmente, de Laura.
Esta se detuvo un momento, y cogió algo del cajón de la entrada. Lo guardó en la parte de atrás de la falda, y comenzó a bajar las escaleras. Cuando estaban a mitad camino, asió la empuñadura de la pistola y amartilló el percutor.
Un móvil sonó de repente, rompiendo la tensión del momento. Tensión que solo experimentaban, al parecer, Laura e Isaac.
- I’m sorry… - Catherin sacó el móvil y miró la pantalla. – Son los niños… No se les puede dejar solos, con quince años y doce años, siempre están riñendo… - Subió las escaleras hacia la puerta de fuera, mientras, Timothy continuaba bajando.
- Te esperamos abajo, querida…- Sonrió y continuó bajando hasta donde le esperaba Isaac, expectante.
Laura miró a su compañero y subió a la entrada, para esperar a su invitada. La pistola volvió a su lugar. La situación había dado un vuelco, y estaba confusa. ¿Qué debía hacer?

lunes, 15 de octubre de 2012

INTERFERENCIAS (17)


Pero esta vez decidieron no seguir huyendo, querían plantar cara a la organización que les había amargado la vida durante los últimos tiempos.

-Siento miedo, Isaac –casi le costaba escuchar de sus propios labios aquella confesión.

-Es normal Laura, hace mucho tiempo que no nos encontramos en situaciones comprometidas –le tranquilizó Isaac-. Tenemos que hacer algo para seguir viviendo con tranquilidad, sin miedo.

-Y ¿qué has pensado?

-Tú sígueme la corriente y cálmate.

Con serenidad llegaron al puesto donde se encontraba la pareja esperándoles. Laura temía que se le notase el temblor de las manos, de la voz.

-Ella es Laura –Isaac rompió el silencio con un poco de brusquedad mientras arropaba a Laura pasando su abrazo por la cintura.- No recuerdo sus nombres.

-Soy Thimoty y mi esposa Catherin.


Isaac no dejó que la sonrisa se borrase de su rostro mientras todos se dieron las manos educadamente. Era cierto que la pareja no se había presentado cuando abordaron a Isaac en el puesto. Sin pausa, siguió con las riendas de la situación en sus manos.

-Me ha comentado Laura que hay algún otro lienzo en su estudio de la misma colección. Le gustaría que nos acompañaran a casa para poder verlo con detenimiento y luego decidir sobre la adquisición.

Laura se quedó muda. Sólo logró asentir con un leve movimiento de su cabeza.

 -Nos parece una idea estupenda –confirmó Timothy  mientras Catherin no dejaba de sonreír y asentía con la cabeza.

Procedieron a extender la cubierta de tela sobre la mercancía del puesto y se dirigieron paseando hacia su casa. Isaac charlaba en animada conversación con el hombre mientras que Catherin y Laura estaban visiblemente nerviosas. La extrangera no dejaba de dar vueltas a la alianza que lucía en su mano, demasiado nueva para llevar unos años casados, tal y como les había contando Timothy. Mientras que Laura no podía articular palabra y no cesaba de retorcerse un mechón de cabello que caía sobre sus hombros.


Así llegaron a casa. Cruzaron el jardín dirigiendo sus pasos tras los de Isaac que les conducía directamente a la puerta del estudio. En ese momento Laura empezó a intuir lo que Isaac estaba planeando.

-¡Vaya! –exclamó Isaac- no llevo la llave del estudio. Si os esperáis aquí entro en casa y abro desde dentro.


Laura lo tuvo claro.

Los tres permanecieron en silencio durante poco más de un minuto. La tensión que trataban de disimular hizo que se sobresaltaran en el momento en que  escucharon como la llave activaba el mecanismo de la apertura de la puerta. Esta se abrió y la voz de Isaac les invitó a entrar.

INTERFERENCIAS (16)

-¡Hola! – Puso su mejor sonrisa a la pareja- ¿Puedo ayudaros en algo?
Los dos sonrieron y le dijeron en un castellano teñido con acento inglés americano que solo estaban pegando una vista a los cuadros.
- ¡Son preciosos!- Ella parecía encantada con un cuadro en especial. Una fantástica puesta de sol que Laura había pintado hacía solo tres días, en la que el color carmesí daba a la estampa una ambientación casi mágica.- ¿Cuánto cuesta este cuadro?
- Treinta euros. Una ganga, porque es una imagen muy especial. No se puede encontrar en otro lugar de la isla, nada más que donde se pintó. Y no suele verse una puesta de sol tan bonita…
- ¡Fantástica, desde luego!- Añadió él.- Nos la quedamos, pero… ¿La ha pintado usted?
- No, me temo que no tengo yo esa especial cualidad para plasmar así las imágenes. Es obra de mi pareja, Laura. – No parecía que hubiera nada extraño en esta pareja, finalmente. Era una situación de lo más normal, que se repetía varias veces a lo largo de la jornada. Pero aún así, se sentía extraño en su presencia.
- ¡Me encantaría conocerla! ¿Está por aquí? – La joven parecía entusiasmada. – Me gustaría que lo dedicase en la parte de atrás.- Se acercó a Isaac, como para contarle un gran secreto. – Se trata de un regalo para mi suegro, y seguro que se emociona con una dedicatoria de la artista.
- Bueno, ha salido a comer, pero si esperan un momento, vendrá enseguida. – Ese sentido de la urgencia crecía en su interior, y la sensación de alarma le hizo tomar una decisión rápida. – O mejor, está ahí mismo, en la plaza. La llamo y se acercará enseguida. Si hacen el favor de esperar…
Avisó a Juani, la chica que tenía un puesto de tés e infusiones delante de su parada, y con un gesto y una sonrisa, se despidió de sus clientes y les prometió que volvería en menos de dos minutos.
En cuanto dio la vuelta a la esquina, se paró un momento y oteó oculto en ella. La pareja continuaba mirando el cuadro con atención, pero… Él cambió su cara y cogió el móvil. Realizó una llamada, mientras ella rebuscaba algo en el bolso. Podría ser el monedero. O un arma.
Llegó hasta donde esperaba Laura, tomando una clara y charlando animadamente con Sebas.
- Hola pareja.
- Hola, cariño. Llegas a tiempo, me contaba Sebas que…
- Sí, llego a tiempo, pero tenemos que irnos. Me ha llamado Jauri, diciendo que tenemos un escape de agua en casa. Lo siento Sebas, tenemos que irnos corriendo, antes de que se estropee todo… ¿Podrás hacernos el favor de recogerlo todo? Dejándolo tras la parada, bastará. Luego pasaré yo a por todos los trastos.
- Hombre, claro, faltaría más.
Laura cambió su cara. Ese era el código que se habían puesto para determinar que les habían localizado. Tenían que salir de allí rápidamente. Ya vería después si era cierto o solo una falsa alarma.

viernes, 5 de octubre de 2012

INTERFERENCIAS (15)


Aquella jornada de mercadillo era especial, estaban cerca de una fiesta señalada en la que todo el mundo se encontraba más dispuesto a hacer regalos a la gente que estimaban. Como cada domingo Isaac y Laura habían llegado puntuales para empezar a montar su puesto. El vecino, Sebastián, estaba armando la mesa para exponer la bisutería que elaboraba con materiales reciclados. Acababa de extender la tela de colores brillantes que la cubriría y serviría de marco para sus pequeñas obras de arte.

-¡Laura, guapa! –Saludó Sebastián mientas depositaba un suave beso en su mejilla-, ¿Cómo fue la semana?

-Perfecta Sebas, como siempre con mucho trabajo y muchas ganas de seguir creando.

Isaac se aproximó al puesto de Sebas portando las carpetas que contenían las obras de Laura.

-¡Hombre, Isaac, cuanto tiempo sin verte!.

Ambos se abrazaron sacudiendo sus espaldas con cariño. Se acercaron a la zona de aparcamiento para seguir llevando al puesto la mercancía que tenían para vender durante aquella jornada.
 
              Laura quedó sola montando la pequeña mesa y desplegando los carpeteros. El sol ya estaba bastante alto y empezaba a sentirse el calor húmedo de la isla. La música inundó el Mercadillo, mezclada con las risas, los murmullos de la gente y los sonidos que provenían de las herramientas de montaje de los puestos. El bar del mercadillo ya estaba en funcionamiento. Era un lugar fresco y sombreado, en el que se podía disfrutar de unos maravillosos falafell, couscous y te moruno que preparaba Sahid con su mejor sonrisa.  Cuando llegaba la hora de la comida todos cerraban sus puestos y se acomodaban bajo las telas coloreadas que protegían del sol. Era el mejor momento de la semana tendidos sobre alfombras de estilo oriental, con el frescor que proporcionaba la sombra de las telas que ondeaban a la brisa y disfrutando de la mejor selección musical de la mano de Ahmed. Unos minutos para comer y relajarse.

 

Una hora después el mercadillo estaba repleto de turistas y algún que otro lugareño. Como cada domingo muchos clientes se paraban a mirar interesándose por los cuadros de Laura. El día prometía ser productivo. Esta vez ella había preparado una colección de paisajes en la que había sido capaz de plasmar la intensidad de la luz y la frescura de los colores de la isla. Isaac permanecía durante un rato atendiendo el puesto y acompañándola en los pocos momentos el los que no tenían clientes. Luego desaparecía entre los ríos de gente que se deslizaban por las calles del mercadillo.

 

Entres clientes y ventas se hizo la hora de comer

-Chicos –esclamó Sebas-. Yo ya he cerrado, necesito un descanso. Me adelanto al bar y voy cogiendo sitio junto a la fuente.

-Ok, Sebas –respondió Laura comprobando en su reloj como se le había escurrido la mañana entre los dedos- me podías ir pidiendo una clara bien fresquita.

-Otra para mi, Sebas.

 

Isaac rebuscó entre la caja que contenía las herramientas y cogió la tela que destinaban a protegerlo de las manos ajenas durante la comida. Al volverse hacia la mesa dispuesto a extender tela, esta se cayó de sus manos. Su mirada se cruzó con la de la pareja que tenía delante. Una pareja de jóvenes con aspecto de extranjeros.  Ambos de piel blanca y cabello claro. Vestidos como cualquier turista que merodeara por el mercadillo. Pero, esos ojos. Esa mirada.