Desde aquella
noche habían pasado ya diez años.
Cuando llegó
la patrulla dispuesta a apresar a la pareja furtiva, se encontró un mar de
sangre en el sótano de la casa. Allí se estaban la pareja de supuestos
americanos, sus compañeros. La sangre y las vísceras de estos hombres también
acabaron salpicando paredes y suelos. Fueron brutalmente descuartizados y
esparcidos por el sótano.
Cuando
llegaron refuerzos alertados por el aviso de alarma de Juan, estaban todos
muertos, excepto Juan. Aunque él sabía que su hora había llegado intentó
narrarles lo ocurrido. Contó que después de bajar al sótano, que se encontraba
en penumbra y silencioso, vieron la matanza. Estaban aterrorizados. No era
necesario comprobar si alguien seguía con vida. Todo estaba lleno de restos
humanos extremidades, cabezas, dedos, pies. De pronto desde la oscuridad que
llenaba los rincones, comenzaron a percibir unos movimientos rápidos. Era como
si las sombras se diluyeran y se dispersaran creando entes con voluntad propia.
Un centenar de puntitos amarillos permanecían suspendidos en la sombra.
Formaban grupos de a cuatro. Parpadeaban. Eran ojos.
Juan estaba
agonizando pero consiguió continuar. Relató como empezaron a saltar esos entes
alados desde las sombras y como con sus garras y sus fauces comenzaron a sembrar
la muerte. Eran más de una treintena. Muchos, contó Juan. Él paralizado por el
pánico y en completo estado de shock, resistió mientras los monstruosos seres
le arrancaban un brazo de cuajo. Por la fuerza de la fiera al realizar la
operación Juan salió disparado cayendo junto a una pila de cajas de cartón.
Estas se derrumbaron y lo cubrieron por completo. Luego perdió el conocimiento.
Y en ese
momento Juan murió. Los hombres de la patrulla, unos diez, comenzaron a cargar
sus armas. Yo también cargue la mía. A todos nos parecía que había movimiento en
las sombras. Apuntábamos con nuestras armas en todas direcciones. Y de pronto
ocurrió. Como había contado Juan las sombras con sus ojos amarillos comenzaron
a abalanzarse sobre nosotros. Confusión. Gritos. Rugidos. Sangre y miembros. No
se muy bien como escapé. Fui el único tal vez. Corrí al coche patrulla y empecé
con mi propio holocausto.
Llevo diez
años viviendo en este bosque. Las
sombras se fueron apoderando del mundo extendiendo su manto de muerte y sangre
por las ciudades. No se cuantos supervivientes más pueden haber. En todo este
tiempo solo me encontré una vez con un hombre que como yo andaba escondiéndose.
Había enloquecido.
Diez años
viviendo con miedo, con hambre. Temiendo que vuelvan. Temiendo enloquecer. No
lo puedo resistir más. Todavía conservo mi arma. Todavía una bala. Apunto a
mi sien, click. Un destello acompañado por una detonación sorda y todo queda
sumido en la oscuridad y el silencio. Para siempre.